Melissa, una niña cubana que nunca sabrá lo qué es sentir dolor

Redacción

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No fue hasta pasado unos meses de su nacimiento que Magui Carrasco, madre de Melissa, se dio cuenta que a bebé le pasaba algo raro. Desde el mismo momento en que nació había indicios sospechosos. La niña no lloró cuando el doctor le dio una nalgadita, ni tampoco cuando le aplicaron las vacunas con el paso de los días.

Las enfermeras se sorprendían mucho al ver que la niña no hacía ni el más mínimo intento por llorar, pero no alcanzaban a comprender en aquel entonces que Melissa había venido al mundo con una mutación genética que no permitía que experimentara el dolor físico.

No fue hasta que comenzaron a salirle los dientes y la niña se mordió tan fuerte la punta de la lengua que llegó a arrancársela, que Magui comprendió la gravedad de lo que estaba pasando.

Luego de varios estudios médicos pudo comprobarse que Melissa padecía de una condición bastante rara y que hasta el momento no se había presentado ningún caso en Cuba: el Síndrome de Indiferencia Congénita al Dolor o Analgesia Congénita.

La niña nunca podría sentir el dolor físico, lo cual representaba un gran problema, porque como pudo comprobar su madre, no fueron pocas las heridas, quemaduras y fracturas que soportó sin tan siquiera chistar.

Cuando aprendió a caminar no paraba de correr, caerse y darse golpes, pero sólo se paraba y seguía corriendo, incapaz de aprender a través de la experiencia de dolor físico la necesaria prudencia.

Con el paso de los años Melissa aprendió a vivir con su condición.

Con tan solo 3 años de edad se pegó una plancha caliente que la abuela había dejado debajo de la cama y sufrió quemaduras graves, que debieron ser tratadas en un hospital. Sin embargo, solo se dieron cuenta de lo sucedido porque lo vieron ya que no emitió ni una sola queja por lo que sucedía.

En otra ocasión, Magui tuvo que salir corriendo a la escuela de Melissa, cuando le avisaron que su hija se había caído y que tenían que operarla de un pie. El cirujano llevó a cabo la operación sin aplicar anestesia y la niña regresó caminando a la casa sin quejarse en lo más mínimo.

Sin embargo, lo peor fue cuando tuvieron que extirparle el apéndice. Al no sentir dolor llegó muy delicada al hospital y en esa ocasión sí tuvieron que sedarla para poder intervenirla quirúrgicamente.

Incluso, ha aprendido a orinar a intervalos de tiempo regulares, pues el malestar que sienten el resto de sus semejantes cuando tienen la vejiga llena es desconocido para ella.

Melissa tuvo que aprender a vivir con su condición y a extremar los cuidados, pues no cuenta con el mecanismo de alarma que representa el dolor para evadir el peligro y recrimina a aquellas personas que ven en este algo negativo, ya que al haber vivido toda su vida sin él, sabe lo que en realidad vale.