La “casitas de Kohly” piden a grito un “tío rico” que las rescate del olvido en La Habana

Redacción

La "casitas de Kohly" piden a grito un "tío rico" que las rescate del olvido en La Habana

Un tío rico es lo que están pidiendo en los centros espirituales los vecinos. Una adopción, una herencia de un pariente lejano, lo que sea para reparar las viejas “casitas de Kohly”. Y no: no son aquellas que deslumbran al pasar, aunque no es que sea posible divisar siquiera el portal de alguna con tanta cerca y arbusto tupido. La humilde arquitectura que caracteriza a esta barriada, en una zona reconocida por todos debido a sus mansiones y edificios relativamente antiguos pero en pie y con la fachada intacta (ya por dentro, la historia puede ser diferente).

Son un centenar de mini-viviendas, formando cuatro naves largas y estrechas. Se ve cómo los pobladores crecen en el lugar y ahora, con las nuevas aperturas a una variedad de cuentapropistas y sus respectivos negocios, a cada rato aparece un local de entre las casitas, en un garaje o portal, para rejuvenecer el área, que tanta falta le hace un cambio de look. Ya se establecieron, y con éxito, un negocio de reparaciones automotrices, una tienda de artículos religiosos y una pastelería, todo lo que conformará, en un futuro, una comunidad autosustentable. Una diversidad de balcones y rejas ostentan, no sé si con paciencia o desespero, el cartel de “Se Vende”, y un gran porcentaje de su demografía supera los cincuenta años, lo que lo convierte, como muchos otros, en un reparto envejecido (o casi envejecido, no seamos tan pesimistas).

Eduardo se mudó desde que era un niño y, ahora jubilado y con dos hijas que también nacieron y crecieron jugando a las casitas en las esquinas, se da cuenta de que toda su vida ha presenciado el deterioro del entorno y le entristece pensar en lo que un poco de pintura fresca pudo haber conseguido a tiempo, y a destiempo siquiera. Comenta que el lugar, en realidad, eran unas caballerizas, y el mito local de que unos americanos acampaban ahí, por esos lares, es una fábula, una invención de los más imaginativos del reparto; reitera que no había rubio alguno de ojos azules jamás por allí. El mito del cuartel de marines, en su opinión, reside en que la gente de los alrededores solo desea que carguen con la reparación Norteamérica y sus hijos millonarios: un tío rico.

En el siglo pasado, las casitas consistían en los dormitorios de los trabajadores de la finca de la familia Kohly, lo que provoca llegar a la conclusión de la nulidad de valor histórico que el reparto posee. Pero muchos sueñan, y ríen, y confían en que una buena época llegará y alguien o algo, por divino que aparente, se echará a la espalda el gran encargo de reparar techos y paredes.

En una de las viviendas en la esquina de calle 26 y Colón reside Ramón, quien tuvo la esperanza de que se declarara Patrimonio a las casitas y, consiguientemente, prosiguieron a restaurarlas, gracias a la reanudación de relaciones internacionales entre Estados Unidos y Cuba, pero el cierre de unos años atrás removió el brillo que le quedaba en los ojos. Dice que le gusta reflexionar acerca del pasado, que cree dormir todas las noches mirando el mismo techo que un marine hace más de un siglo.

Una vecina de 66 años, Rita, asegura que los soldados norteamericanos dormían en el lugar durante la primera intervención, allá por 1899. “Las casitas del 26”, nombre con el que también pueden ser reconocidas, pudieron haber sido asentamiento para el Ejército de Estados Unidos a principios del siglo XX y sus campamentos, cuenta la memoria popular. Sin embargo, no existen grandes evidencias de lo que apuntan los habitantes, tal parece invento o exceso de imaginación, que creció como bola de nieve en la medida que la fecha de arribo del presidente Obama se acercaba. Pero ya hace mucho tiempo de eso, y hay muchas transformaciones en el panorama mundial y nacional de las que hacerse cargo.

Algunos techos de tejas no soportan más el peso de los años y de las lluvias, y los malabares son muchos por parte de los vecinos para no empaparse. Hace años, un autobús chocó contra la fachada de una de las edificaciones: el techo continúa hundido y no son pocos los que evitan colocarse abajo, donde es más posible que se derrumbe por completo. Las casitas tienen pinta de campamento, de albergue temporal, pero varias generaciones han echado y echan raíces por ahí.