Batey Carmita, el poblado cubano que pasó de la prosperidad al hambre cuando perdió su central

Redacción

Batey Carmita, el poblado cubano que pasó de la prosperidad al hambre cuando perdió su central

Cuando las autoridades cubanas tomaron la hasta hoy contradictoria decisión de demoler la mayoría de los centrales azucareros del país, casi todas las zonas rurales que dependían de ellos (y que en un momento fueron prósperas) quedaron heridas de muerte. Los poblados comenzaron a quedarse vacíos por el desempleo, desaparecieron el transporte y los servicios y el alcoholismo alcanzó índices alarmantes entres sus habitantes. El batey del central Luis Arcos Bergnes, antiguo Carmita, no fue la excepción.

Al filo del mediodía y bajo el asfixiante calor del trópico sus cada vez más escasos vecinos caminan por el terraplén que conduce al batey desde el pueblo de Camajuaní.

Son casi siete kilómetros de andar entre campos de caña, pero saben que es inútil esperar cualquier transporte. Ningún vehículo entrará o saldrá de Carmita.

Con el fin del central llegaron las carencias. Aunque lo único que se siembra en los alrededores del batey es caña de azúcar, nadie se preocupa por abastecer el pueblo de alimentos.

Cuando algún vendedor entra con un saco de maíz o algunas viandas las vende enseguida… hay mucha hambre en el batey, confiesan sus vecinos.

Lo triste es que nunca, hasta la desaparición del central, eso fue así.

El Carmita, que recibió ese nombre en honor de una de las hijas del general del Ejército Libertador y luego presidente de la República Gerardo Machado, fue uno de los mayores productores de azúcar del centro de Cuba. Sin embargo, de aquel “pasado glorioso” sólo quedan algunos hierros retorcido y la larga torre del ingenio, que algún día caerá por su propio peso.

Para llegar al diminuto pueblo de Carmita hay que adentrase en una polvorienta carretera de siete kilómetros, a la cual pocos vehículos entran o aventurarse en un tren, que un día sí y otro no, para en la derruida estación ferroviaria.

Hasta el presidente del Consejo Popular, Martín Sánchez Rodríguez, un campesino de 69 años se siente abrumado por la decadencia indetenible del batey.

Él no logra entender a quién se le ocurrió demoler el Carmita, cuando era uno de los mejores centrales del país y sacaba el azúcar desde los almacenes directo al puerto.

Sólo sabe que un día se aparecieron los funcionarios del desaparecido Ministerio del Azúcar, anunciaron el cierre del central, prometieron villas y castillas a los obreros y campesinos y luego no volvieron jamás.

Orlando Triana, quien fuera tornero en el central dice que Carmita es un pueblo muerto y sin futuro. Él está seguro de que allí sólo pueden vivir los que lo han hecho toda su vida, pues nada se puede hacer después de las 6:00 de la tarde.

Si a un habanero o un santaclareño lo obligaran a quedarse en el batey seguro “se ahorcaba”, asegura.

Una realidad que parecen tener muy clara los que crecieron sin el central o nacieron después, porque en el batey de Carmita sólo van quedando los viejos, aquellos a los que les cuesta más dejar las cosas atrás.

Los jóvenes han ido abandonando poco a poco la tierra de sus padres ante la falta de trabajo, de futuro y de comida. Sí, de comida, porque Carmita es un campo donde no hay ni comida.

En Carmita no hay centros nocturnos, ni cines, ni teatros, ni hospitales, ni bancos, ni tiendas. Al parecer, el olvido la hizo su casa y no tiene intenciones de mudarse.