¿Qué es lo que más extrañamos los cubanos que vivimos fuera de Cuba?

Redacción

¿Qué es lo que más extrañamos los cubanos que vivimos fuera de Cuba?

Cada cierto tiempo pienso en muchos de mis mejores amigos que viven lejos de Cuba. Yo, que a veces padezco de lejanías y nostalgias, siempre les llevo presente. Quizás de tanto pensarles, se me ocurrió la idea de convocarlos a que redactaron un breve parrafito sobre ese sentimiento que nos agobia cuando estamos lejos y extrañamos la tierra y su gente, y que los cubanos bautizamos como morriña o gorrión.

¿Qué es lo que más extrañas de Cuba?, ¿Cuándo se posa el gorrión?, ¿Con qué quisieras cargar en tu maleta?, se me ocurrió preguntarle a una veintena de amigos y amigas, y las respuestas me sorprendieron un poco. Lo primero, sin dudas, fue la familia. Pero el cubano cuando se aleja extraña el mar, el sol, los vecinos, la gritería de una esquina a la otra, ¡hasta la cola del pan! y ¡la apretazón en una guagua!

El cubano también puede evocar a un niño empinando papalote, un río, o aquella manigua donde jugó de chama, pero sin dudas lo que le jalonea muy adentro es la calidad humana de la gente de la isla, de su gente que dejó atrás.

Tengo amigos de esos que aseguran que de Cuba extrañan todo,  hasta los odiados apagones ahora le provocan nostalgias. Recuerdan que cuando se iba la luz no quedaba más remedio que sentarse en la acera a conversar con los vecinos.  Y esos momentos también los extrañan.

Por supuesto que la familia lidera la lista. Después le siguen los amigos, y el sol, aseguran que a los demás países, a pesar de estar agradecidos por haberlos acogidos, les falta el karma de su tierra, el olor a alegría y el aire a cubanía.

Muchos me cuentan que evitan tomar vacaciones y quedarse en casa más de lo normal, porque en ese momento es cuando el “gorrión” ataca y pasan semanas tristes y nostálgicos. El mejor remedio de ellos para combatir la moriña es trabajar y distraerse todo lo posible.

Tengo un “socio” que me comenta que cada vez que viene a Cuba, al aterrizar, siente tremenda apretazón en el pecho y cuando llega el día de partir le invade un terrible dolor de cabeza. Se autoconvence que es por la fuerza de gravedad pero en realidad sabe que es el dolor del corazón que se le pasa también a la cabeza.

Él extraña el “asere” y el “qué bola”, los frijoles negros de la abuela, los garbanzos que cocina “el viejo” y el café mañanero de la mamá.

Cuando viaja a Cuba nada disfruta más que colocarse su camiseta, las chancletas, y entonces se siente más cubano todavía, como si nunca se hubiera alejado.

A veces le llega el sabor lejano de un buen turrón de maní, o un pan con lechón. Y me confiesa que quisiera escuchar la risa de verdad, la carcajada sonora y sincera, reencontrarse con la novia que tuvo de niño, los “fiñes” mataperreando en las calles, y hasta el empujón al subir la guagua, o el grito inconfundible de una madre llamando a su hijo para que se bañe, desde el balcón de su casa.

Me dijo en su última visita que había llorado al ver un niño empinando un papalote. Y es que en quince años no había visto ninguno fuera de Cuba.

Sin dudas no hay nada comparable con el olor de Cuba, su clima, y la fuerza de todos los cubanos a pesar de tantas adversidades.

Lo que más él quisiera es encontrarse con alguien y decirle: “¡Asere! ¡Qué bolá! y que le respondiera: “¡qué bolón! ¡Él mío!”.

Mi “socio” vivía en Cuba frente al Malecón de La Habana, ahora vive en Suiza, bien alejado del mar. Me cuenta que en los primeros años eso era terrible, porque una de las cosas que más extrañaba era el mar, todas las tonalidades de colores, los olores, el sonido de las olas al romper contra el muro, el revuelo cuando pasaba un ciclón.

Y aquí terminan las nostalgias de varios de mis amigos que viven en el exterior, a la verdad yo solo quise desquitarme un poquito, porque la nostalgia, la morriña o el gorrión también crece aunque no te alejes, aunque nunca te alejes. Porque irremediablemente, se alejarán los otros.

“Nunca me fui, solo vivo más lejos”…dice Nassiry en esa canción. Cuando escuchamos temas como este, muchos de los que estamos lejos pensamos: “quisiera volver…”. Y es que la patria se lleva dentro, y añoras cada intersticio de su ser.

Hoy quiero estar con todos, amigos, emocionados, deslumbrados por el renacer de una flor. “Discutiendo porque el globo estalló, emborrachándonos de risa y de dolor”. Aún recuerdo las risas adolescentes, despreocupadas. Quisiera volver. Pero crecimos pronto, cambiamos los juguetes por fanfarrias y conceptos adultos. Nos mataron la fe, la risa, los sueños y nos marchamos.

Hoy quiero recordar una obra de teatro donde La Habana grita: “Cuba no es ni el Che, ni el malecón, ni Fidel.  Cuba es más…mucho más. Cuba son los vecinos, es el amor de la familia apretujada en un solo cuarto, es poder visitar a tu madre y decirle: “vieja, llegué”. Cuba son los amigos, la tierra, los juegos en la calle, las historias en medio de apagones, la cercanía de un beso. Y poder gritar: esa bandera, ese cielo…ese aire es mi tierra…mi patria, mi país.

Extraño la tendencia antropofágica cuando en mi islita dicen: “Se la comió”, que es una expresión de admiración. Esa voluntad piromaníaca de “ser la candela” que es lo mismo que ser cumbre. Y amamos tanto la contradicción que llamamos a las mujeres hermosas “monstruos” y a los eruditos “bárbaros”; y cuando se le pide un favor a un cubano no dice “sí” o “no”, sino que dicen “sí, como que no”. Esa calidez es incomparablemente bella, sublime.

Los cubanos intuyen las soluciones aún antes de conocer los problemas. De ahí que para ellos “nunca hay problema”. Y se sienten tan grandes que a todo el mundo le dicen “chico”. Pero ellos no se achican ante nadie. Si se les lleva al estudio de un famoso pintor, se limitan a comentar “a mí no me dio por pintar”. Y van a los médicos, no a preguntarles, sino a decirles lo que tienen. Esta ingenuidad hiperbólica es la que nos hace genuinos, CUBANOS.

Usamos los diminutivos con ternura, pero también con voluntad de reducir al prójimo. Pedimos “un favorcito”, ofrecemos “una tacita de café”, visitamos “por un ratico”, y de los postres solo aceptamos “un pedacitico”. Pero también a quien se compra una mansión le celebramos “la casita” que adquirió, o “el carrito” que tiene a quien se compró un coche de lujo.”

Extraño el espíritu universal e irreverente de los cubanos. Los cubanos creen simultáneamente en el Dios de los católicos, en Changó, en la charada y en los horóscopos. Tratan a los dioses de tú y se burlan de los ritos religiosos. Dicen que no creen en nadie, y creen en todo. Y ni renuncian a sus ilusiones, ni aprenden de las desilusiones. Con cubanía se nace, y cuando te marchas la añoras.

Hoy quise estar de vuelta y la cruda realidad me devolvió a otro país igual de bello pero que no me pertenece…al emigrante nada le pertenece. No es el modo de vida lo que se extraña cuando te marchas. No es el nivel exhaustivo de trabajo lo que te quiebra…es tu gente, tu tierra lo que se añora, lo que no se halla ni en los paisajes más bellos de estos Andes tumultuosos de belleza salvaje. Es esa falta de raíces lo que te hace sentir que todo lo pasado fue hermoso.

Duro es el exilio, cuando los que te hacían reír a carcajadas están a países y continentes de distancia. Se envejece rápido siendo extranjero. El exilio y la soledad acompañan al que se va y al que se queda. Y cuanto más solo está el que se queda, tan extranjero es como el que se va. En silencio, se llorará a la patria.