Desde San Petersburgo y con flores en mano, Miguel Díaz-Canel y su esposa Lis Cuesta—más conocida por el pueblo como la «No Primera Dama»—participaron este lunes en un homenaje solemne a las víctimas del sitio de Leningrado, uno de los episodios más duros de la Segunda Guerra Mundial.
El acto tuvo lugar en el Cementerio Memorial Piskaryovskoye, un lugar cargado de historia y dolor, donde descansan más de 490 mil civiles y soldados que resistieron los 900 días del asedio nazi. Como parte de su visita oficial a Rusia, invitado por Vladimir Putin, el presidente cubano quiso dejar su huella justo cuando se celebran las actividades por el Día de la Victoria.
“Volvimos al cementerio memorial de San Petersburgo”, escribió Díaz-Canel en su cuenta de X, destacando la valentía del pueblo soviético y subrayando que “Cuba cuenta aquí con grandes amigos”. En sus palabras, no solo hubo nostalgia por el pasado, sino también una mirada al presente, con promesas de cooperación y proyectos compartidos.
Y es que el homenaje no fue un gesto aislado. Apenas aterrizó en la ciudad rusa, el mandatario cubano se reunió con el gobernador Alexander Beglov, evocando el histórico paso de Fidel Castro por Leningrado en 1963. Todo quedó bien documentado por la Cancillería cubana, que calificó el encuentro como “fructífero” y alineado con el fortalecimiento de los lazos bilaterales.
Lo que sí está claro es que este viaje es otra página más en el libro de la alianza cada vez más cerrada entre La Habana y Moscú. Desde noviembre del año pasado, Díaz-Canel ha apretado las manos de altos ejecutivos rusos, incluyendo al jefe de la petrolera estatal Zarubezhneft, con la esperanza de darle un respiro al sector energético cubano, colapsado por apagones y falta de combustible.
En abril de este mismo año, Dmitri Chernishenko, viceprimer ministro ruso, también aterrizó en La Habana para “estrechar la alianza estratégica”, justo cuando ambos gobiernos cargan con una buena dosis de aislamiento internacional. El viaje, enmarcado en una cadena de acuerdos y gestos de lealtad política, sigue levantando cejas dentro y fuera de la isla.
Díaz-Canel, por su parte, no ha escatimado en respaldos. En su visita anterior, en mayo de 2024, le dio todo su apoyo a Putin y cuestionó las sanciones contra Rusia, a pesar de que familias cubanas han denunciado la presencia de jóvenes isleños en el frente ucraniano, enrolados de manera dudosa en medio del conflicto.
Y por si fuera poco, la relación también se ha calentado en lo militar. En junio de 2024, buques de guerra rusos, incluyendo una fragata y un submarino, se pasearon por el puerto de La Habana. Aunque fue vendida como una “visita amistosa”, el mensaje fue claro y no pasó desapercibido en Washington.
Detrás del protocolo y los homenajes, lo que se cuece es un vínculo que cada vez parece menos simbólico y más estratégico. Analistas ven en estos gestos una alianza desigual, donde Rusia gana respaldo diplomático y presencia en el Caribe, y Cuba se aferra al oxígeno que le llega desde Moscú, en un momento en que el país se hunde en su peor crisis en décadas.
En medio de la escasez, el éxodo masivo y una población cada vez más desencantada, el gobierno cubano apuesta por la fidelidad a Moscú como salvavidas político. Pero esa lealtad, en un mundo cada vez más polarizado, le puede costar caro en términos de legitimidad internacional y, sobre todo, de futuro.
