El último escándalo en Santiago de Cuba no vino por apagones ni por comida en falta, sino por algo tan básico como el gas licuado. CUPET acaba de anunciar, sin mucha pena ni explicación técnica, que se suspende por completo la distribución de GLP en la provincia, hasta nuevo aviso. Así, sin anestesia.
El anuncio llegó por Telegram, en el canal oficial de la UEB de la División Territorial de Comercialización de Combustible. En apenas dos líneas dejaron claro que no habrá más reparto de balitas hasta que “se disponga nuevamente” del producto. Lo único que ofrecieron fue un triste “disculpen las molestias”, como si la gente no estuviera ya harta de cargar leña y cocinar con carbón en pleno 2025.
Lo que más indigna es que hace solo tres semanas las propias autoridades juraban que todo estaba bajo control, que el gas estaba garantizado para “el 100% de los clientes”, y que la distribución se haría de forma organizada, escalonada y hasta con apoyo de la plataforma Ticket. Se habló hasta de “prioridades para ancianos y edificios altos”. Pero como ya es costumbre, todo era puro cuento.
El director de la emisora provincial CMKC, José Yaser Centray Soler, fue uno de los voceros del régimen que en su momento aseguró, vía Facebook, que la venta se retomaría el 27 de mayo. Lo mismo dijo Lisset González Sardinas, la jefa territorial de CUPET, en una reunión con los peces gordos del Partido y el Poder Popular: “Hay cobertura garantizada”, soltó sin despeinarse. Incluso anunciaron que sacarían 14 mil cilindros diarios, de los cuales 7,500 serían para Santiago.
Pero ahora, de un plumazo, todo ese circo propagandístico se vino abajo, y con él, la mínima confianza que quedaba entre la gente.
En las calles la frustración se siente. Una doctora que habló con CiberCuba lo resumió con rabia: “No compro gas desde el año pasado, y como una tonta creí que esta vez sí nos alcanzaría. Trabajo en un hospital, no puedo amanecer en colas. Toca seguir cocinando con carbón y con los apagones de fondo. Este país ni las promesas de su prensa puede cumplir”.
Una jubilada, que intentó confiar en el sistema digital Ticket, dijo que la realidad fue un desastre: “Fui a la cola varias veces y aquello era una matazón. A mis 70 años no puedo estar en eso. Confié porque dijeron que estaba garantizado, y me quedé esperando. Después vienen a pedirnos que confiemos en ellos”.
Y como siempre, el mercado negro hizo su agosto. Otro entrevistado confesó haber tenido que pagar por fuera para colarse, porque los propios trabajadores del punto de gas le dijeron que no alcanzaría. Las paladares, cafeterías y quienes tienen más de una balita se encargaron de acaparar. Como él mismo dijo, “esto fue crónica de una escasez anunciada”.
Esta suspensión, repentina y sin ningún dato técnico que la justifique, pone en evidencia el caos que reina en la gestión de recursos básicos en Cuba. Mientras la maquinaria oficialista sigue repitiendo frases vacías como “¡Es Santiago y siento orgullo!”, para celebrar los 510 años de la ciudad, lo cierto es que la gente se hunde en una miseria cada vez más desesperante.
Porque mientras las autoridades le pasan el trapito a la ciudad para lucirse en los aniversarios, la realidad es que ni lo más elemental está asegurado para el pueblo. Y eso, por mucho que intenten maquillarlo, huele a gas… del que no hay.