Desde el corazón de la Plaza Roja, el actor cubano Jorge Martínez posó sonriente en sus redes sociales mientras participa en el rodaje final de Teófilo, una película que pretende inmortalizar al icónico boxeador cubano Teófilo Stevenson, tricampeón olímpico y mundial. Pero más allá del homenaje deportivo, la cinta llega envuelta en un tufillo ideológico que recuerda los tiempos en que los puños eran más útiles para la propaganda que para el ring.
Esta producción conjunta entre Cuba y Rusia busca no solo recrear la carrera del púgil, sino también reafirmar los lazos entre dos regímenes autoritarios que durante décadas se han dado la mano en la oscuridad, compartiendo estrategias de control y represión, maquilladas con medallas y discursos de superación.
Moscú fue elegida como locación clave porque allí, en los Juegos Olímpicos de 1980, Stevenson colgó su tercera medalla dorada. Justamente en ese escenario cargado de simbolismo, Jorge Martínez interpreta al comisionado nacional de boxeo, una figura que en su tiempo fue más política que deportiva.
Según Alejandro Gil, director y guionista del filme, la historia no sigue una narrativa clásica, sino que intenta un enfoque más «simbólico» e «introspectivo». Lo cierto es que ese simbolismo parece estar más enfocado en resaltar la obediencia del campeón al castrismo, que en mostrar los claroscuros de un hombre que, a pesar de su talento, decidió servir al régimen antes que buscar su libertad.
El actor Alejandro Phillips debutará con el papel protagónico de Teófilo, mientras que Kike Quiñones se mete en la piel del entrenador Alcides Sagarra, otro personaje inseparable del aparato deportivo-político de la era. La película también cuenta con Aleksey Ryzhkov, actor ruso que interpretará a Andréi Chervonenko, el entrenador soviético que ayudó a moldear a Stevenson y que, de paso, representa el abrazo frío pero férreo entre La Habana y Moscú durante los tiempos más duros del comunismo caribeño.
El productor ruso Aleksánder Litvínov declaró que en la película “hay de todo: relaciones con la madre, amoríos, familia y, por supuesto, deporte”. Pero detrás de esa fórmula emocional se esconde una narrativa predecible: el sacrificio del éxito personal en nombre de la ideología, ese viejo guion que el castrismo ha repetido por décadas.
Porque sí, Stevenson fue una bestia del cuadrilátero, con tres oros olímpicos (Múnich 72, Montreal 76 y Moscú 80) y tres títulos mundiales en AIBA. Sus más de 300 victorias lo ponen en un pedestal legendario dentro del boxeo amateur. Pero también fue un símbolo de lealtad ciega al régimen, rechazando ofertas millonarias para pelear profesionalmente, incluida la posibilidad de enfrentar a Muhammad Ali, con tal de no traicionar el altar revolucionario.
Esa parte, la de renunciar a la libertad por una ideología, es la que la película —a juzgar por el enfoque— seguramente edulcorará, disfrazándola de patriotismo, mientras ignora que ese mismo sistema ha destruido generaciones de atletas, artistas y cubanos de a pie.
La película Teófilo, más que un homenaje, huele a reciclaje propagandístico, una oda a la obediencia disfrazada de historia deportiva. Un guion que no sorprende cuando viene de quienes aún creen que repetir el pasado es la única manera de sostenerse en el presente.
