En la Cuba de hoy, «ofender» a Fidel Castro puede costarte más caro que cometer un crimen real. Así de distorsionado está el sistema judicial de la isla, y el último caso en Sancti Spíritus lo deja bien claro: un joven podría ser condenado a 15 años de prisión por “ultrajar” una imagen del dictador, según reportó un perfil oficialista en Facebook.
Sí, leíste bien. Quince años. Y no por matar, ni robar, ni traficar drogas. Por dañar una foto del Comandante.
El hecho habría ocurrido cerca de la Terminal de Ómnibus Intermunicipal espirituana, donde, según dice la propaganda castrista, el muchacho también habría vandalizado un consultorio médico días antes. Pero ni su nombre, ni pruebas reales, ni detalles del juicio han sido revelados. Solo se difundió una imagen del supuesto acusado, censurada para crear más morbo que justicia.
Una “respuesta revolucionaria” que huele a escarmiento
El sitio oficialista Mi lealtad acrisolada —una de esas cuentas hechas para aplaudir lo que ordenen desde arriba— celebró la medida como un acto de firmeza, asegurando que se trata de un “castigo ejemplar” contra los que intenten atentar contra los “símbolos de la patria”.
Pero todos sabemos que, en la práctica, esto no es más que una jugada represiva para silenciar el descontento. Porque lo que el régimen no soporta no es el grafiti en una pared, sino la osadía de alguien que se atreve a desafiar el mito sagrado de Fidel en plena calle.
No es la primera vez, ni será la última
Este no es un caso aislado. Hace poco, los jóvenes cubanos Félix Daniel Pérez Ruiz y Cristhian Peña Aguilera terminaron tras las rejas por postear en Facebook su rechazo al gobierno. Uno recibió cinco años y el otro cuatro. ¿Su delito? Pensar diferente.
Y en junio pasado, otro opositor, Alexander Verdecia Rodríguez —coordinador de UNPACU en Río Cauto— también fue blanco de la furia del régimen. La fiscalía le pidió 10 años de prisión solo por criticar en redes sociales al gobierno.
Así actúa la «justicia revolucionaria». Se disfraza de ley, pero opera como garrote político para dar escarmientos públicos. Porque para la dictadura, la libertad de expresión es un delito si no incluye vítores a la Revolución.
Una justicia hecha a medida del poder
La solicitud de 15 años por lo que, en cualquier país serio, no pasaría de una multa o un trabajo comunitario, es una burla a cualquier concepto de proporcionalidad. Pero en Cuba no se castiga el delito, se castiga la osadía.
No importa si pintaste una pared o si solo levantaste la voz. Si cuestionaste a Fidel, a Díaz-Canel o al Partido Comunista, te conviertes automáticamente en “enemigo interno”, en “mercenario”, en blanco perfecto para las condenas ejemplarizantes.
Y lo peor es que lo hacen con descaro. El mismo texto oficialista lo deja clarito: “Que no queden dudas: no habrá impunidad para quienes, al servicio del enemigo, intenten destruir la unidad de la Patria”.
Traducción: si no te arrodillas, prepárate para el castigo.
La represión se disfraza de legalidad
Lo que estamos viendo en Sancti Spíritus es otro capítulo más del guion represivo del castrismo, que aprovecha cada gesto de inconformidad para meter miedo, reafirmar el control y marcar límites en una sociedad que ya está harta de tanto abuso.
Mientras el pueblo lidia con apagones, hambre, falta de medicinas y colas eternas, el régimen sigue invirtiendo energía en perseguir grafitis y castigar ideas. No hay recursos para arreglar un hospital, pero sí para llevar a juicio a un joven por rayar una imagen del “líder histórico”.
Así funciona la dictadura: castiga lo simbólico para apagar lo real.