En medio del revuelo que sacude a la masonería en Cuba, el régimen ha sacado a su vocero jurídico, el ministro de Justicia Óscar Manuel Silvera Martínez, a dar la cara… o más bien, a lavársela en público. Desde la pantalla del Noticiero Nacional, Silvera intentó desligar al gobierno del enredo interno que tiene partida en dos a la Gran Logia de Cuba. Pero lo hizo, como siempre, con su discurso de cartón y legalismo frío.
“Nosotros no nos metemos”, fue básicamente el mensaje. Claro, sin mencionar nombres, sin entrar en detalles, sin admitir que el Ministerio de Justicia ha estado jugando a favor de uno de los bandos, según denuncias que no paran de salir.
Una defensa institucional que no convence a nadie
Desde el arranque, Silvera trató de respaldarse en la vieja Ley 54 de 1985, esa que el régimen usa para tener bajo su control toda forma de asociación independiente. Según él, el Ministerio tiene un “papel rector” que incluye vigilar, controlar y supervisar a cualquier grupo legalmente registrado… incluyendo a los masones.
Lo pintó como si fuera algo normal, casi noble: “Cuidar el cumplimiento de la ley de asociaciones”, dijo con tono de abogado de oficina, como si ese control férreo no fuera parte del aparato represivo con el que el régimen asfixia a cualquier grupo que piense por cuenta propia.
“Hay más de 2.000 asociaciones registradas, y más de mil son fraternales”, soltó el ministro, como si eso fuera prueba de pluralidad. Pero todos sabemos que en Cuba la independencia organizativa es una ilusión, y que esas “asociaciones” no dan ni un paso sin el visto bueno del poder.
El respeto a la masonería, según el guion oficial
Silvera trató de dorar la píldora asegurando que el Estado reconoce a la masonería como una “asociación fraternal de carácter social”, inscrita legalmente y, por tanto, sujeta al marco normativo que el propio Ministerio impone.
“Con la Gran Logia siempre ha habido respeto y cercanía”, dijo, como quien quiere apagar un incendio con un vasito de agua. Pero las palabras suenan vacías cuando se ignoran los hechos: mientras en cámara se habla de respeto, tras bambalinas el régimen le da espaldarazos a quien le conviene.
Silvera no dijo nombres, pero todos saben de qué lado está
Aunque evitó mencionar a Mayker Filema Duarte o a Juan Alberto Kessel Linares, el ministro admitió que hay “diferencias sobre cómo se eligió al Gran Maestro”, lo que ha generado una división dentro de la fraternidad.
Según él, el Ministerio no ha hecho más que “acompañar el proceso” con reuniones y conversatorios para que los masones resuelvan el conflicto “dentro de sus propias normas”.
Pero ese cuento ya no cuela. Medios independientes como Cubanet han revelado que el gobierno se alineó abiertamente con Filema Duarte, quien sigue en el cargo a pesar de haber sido removido por mayoría en la Alta Cámara masónica. El Estado, sin rubor, ha ignorado la elección legítima de Kessel Linares, violando así los principios de autonomía que dice respetar.
Negación, negación y más negación
La parte más enfática del discurso de Silvera fue su rotunda negación de cualquier interferencia.
“Es falso, tendencioso y malintencionado decir que el Ministerio se ha metido en esto”, afirmó sin pestañear. Y para rematar, dijo que “lo que decidan los masones, nosotros lo acataremos y respetaremos”.
Pero si algo ha quedado claro en este episodio es que el régimen no tolera movimientos autónomos, ni siquiera en espacios históricos como la masonería, que han sido tradicionalmente celosos de su independencia.
Además, el ministro calificó de “inadmisibles” las críticas a funcionarios del MINJUS, exigiendo respeto hacia los burócratas que, según él, se han mantenido neutrales. Otra vez, la narrativa de víctima institucional, cuando todo apunta a que han tomado partido descaradamente.
El gobierno se encoge de hombros, pero el daño está hecho
Este intento por desmarcarse del conflicto no ha hecho más que echarle más leña al fuego. La fractura dentro de la masonería cubana sigue abierta, y la mayoría exige que el liderazgo se resuelva de forma democrática y sin el dedo del Estado señalando al “elegido”.
La versión oficial no cuadra con lo que se vive dentro de la Gran Logia. Los hechos contradicen al discurso, y la confianza en el Ministerio está por el piso.
Al final del día, lo que se repite como eco entre los masones es una verdad conocida por todos en Cuba: donde hay poder, el régimen mete la cuchara. Y cuando mete la cuchara, todo se desbarajusta.