La madrugada en La Habana Vieja volvió a estremecerse con una escena que ya no sorprende a nadie, pero que sigue rompiendo corazones: un nuevo derrumbe en un edificio multifamiliar dejó al menos a tres personas atrapadas entre los escombros, mientras las autoridades hacen lo de siempre: llegar tarde y posar para la cámara.
El colapso ocurrió en Monte 722, entre Rastro y Carmen, y desde bien temprano, bomberos y miembros de la Policía Nacional Revolucionaria andan metidos en faena tratando de rescatar a los atrapados. Las víctimas siguen dentro del inmueble, esperando un milagro que en Cuba casi siempre llega tarde o no llega nunca.
Según reportes en redes y medios oficiales, al sitio acudieron representantes del Partido Comunista y del Gobierno del territorio, junto con vecinos que, como siempre, son los primeros en lanzarse al rescate, mientras el Estado brilla por su ausencia práctica.
Aunque no se ha confirmado la gravedad del estado de los atrapados, las labores de búsqueda continúan y las esperanzas se aferran a que aún puedan ser sacados con vida.
Este nuevo desastre vuelve a poner sobre la mesa la crisis habitacional crónica que vive Cuba, especialmente en zonas como La Habana Vieja, donde decenas de edificaciones están en ruinas y sus habitantes sobreviven bajo techos que podrían caerles encima en cualquier momento.
Mientras el régimen gasta millones en hoteles de lujo y centros turísticos vacíos, los cubanos viven con el alma en vilo, sabiendo que cualquier madrugada podría convertirse en una trampa mortal.
Lo que pasó en Monte 722 no es una tragedia aislada, es el reflejo de un país que se cae a pedazos, y de un gobierno que prefiere seguir vendiendo espejismos revolucionarios antes que enfrentar la realidad de un pueblo que vive entre la humedad, los huecos en el techo y el miedo de no despertar.
La Habana se derrumba, y con ella, la dignidad que el régimen dice defender.