En un rincón polvoriento de las afueras de La Habana, un antiguo médico cubano le dio la espalda al sistema de salud estatal y apostó por algo que muchos considerarían insólito: criar larvas de mosca soldado negra. No es una broma. Yodermis Díaz Hernández, con más de dos décadas atendiendo pacientes, encontró en estos insectos una fuente de ingresos más segura y rentable que toda una vida en los hospitales del régimen.
Su “laboratorio” es un taller improvisado hecho con materiales reciclados. Allí, entre bandejas y olores poco glamorosos, produce cientos de kilos de larvas que luego vende a criaderos de peces en aguas dulces. El negocio le ha dado más resultados que años de bata blanca y guardias interminables. Según cuenta, el kilo lo vende a 450 pesos, y solo en el último año colocó 300 kilos en el mercado. Este 2025 espera triplicar la producción.
Pero más allá del dinero, Yodermis lo ve como una solución verde: “Transformamos basura en proteína. Y los restos, en fertilizante. También ayudamos al medio ambiente”, dice con orgullo. Su proyecto tiene sentido. Lo que no lo tiene es que un médico tenga que abandonar su vocación para poder comer y vivir dignamente.
Un negocio que no existiría sin el hambre que impone el sistema
Este tipo de emprendimiento no florece por creatividad espontánea. Florece, o más bien brota como maleza entre las ruinas de un país, en un contexto de desesperación y falta total de alternativas reales. La economía cubana, destrozada por décadas de centralismo, corrupción y promesas vacías, ha dejado al pueblo en la lona. Sin liquidez, sin insumos, sin comida ni siquiera para los animales.
Ante ese panorama sombrío, el régimen —siempre listo para disfrazar la miseria de epopeya— ha decidido que ahora la mosca soldado negra es la nueva estrella del menú nacional. En 2023, medios oficialistas como Juventud Rebelde no solo aplaudieron la cría de estos insectos, sino que llegaron a presentarlos como la gran promesa proteica del futuro, repitiendo la misma propaganda patética que en su día defendía la “leche de cucaracha”.
¿Innovación o desesperación?
Mientras millones de cubanos no saben qué van a cocinar mañana, y los precios de los alimentos suben como espuma, el gobierno celebra como logro nacional el criar bichos, sin decir ni una palabra sobre el desabastecimiento, el campo abandonado, los campesinos sin insumos, ni las agroindustrias colapsadas.
El caso del doctor Yodermis no es un ejemplo de éxito individual, sino el retrato perfecto del hundimiento colectivo. Un país donde un profesional de la medicina gana menos que un criador de insectos es un país donde el sistema ha fallado, y ha fallado estrepitosamente.
El problema no es la mosca. Es el modelo
No se trata de burlarse de quien busca alternativas en medio del desastre. Lo admirable aquí es la resiliencia del cubano, su ingenio, su capacidad de adaptarse. Lo vergonzoso es que el Estado abandone a su gente, mientras intenta maquillar la hambruna con “proyectos sostenibles” que en realidad solo existen porque ya no queda nada que comer.
No es la primera vez que quieren vendernos el cuento de la “autosuficiencia”. Pero la historia se repite: recetas sin ingredientes, cultivos sin abono, animales sin alimento, y ahora, el plato fuerte… ¡mosca soldado!
Mientras tanto, el cubano sigue sobreviviendo como puede. Y el régimen, lejos de resolver la crisis, continúa celebrando soluciones que, en cualquier país funcional, serían apenas un experimento científico. En Cuba, son política de Estado.
La miseria no es una opción. Es una imposición. Y cuando se convierte en estrategia, ya no hay duda: el problema no está en la basura que reciclan las larvas, sino en la podredumbre de quienes nos gobiernan.