En una declaración que parece sacada de una obra de teatro del absurdo, la ministra cubana de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó Cabrera, aseguró que en Cuba no existen los mendigos. Así, sin sonrojarse y en plena sesión parlamentaria, la funcionaria negó lo que a diario ve cualquier cubano en la calle: personas hurgando entre la basura, pidiendo comida o limosna para sobrevivir.
Según Feitó, esas personas no son indigentes, sino actores disfrazados de pobres que han encontrado una forma “fácil” de vivir sin trabajar. “Cuando usted les mira las manos o la ropa, se da cuenta de que están disfrazados”, soltó con desparpajo, como si la miseria de tantos fuera un montaje de utilería.
“En Cuba no hay mendigos”, repitió, como si la frase tuviera el poder mágico de borrar el desastre social que crece a la vista de todos.
Como si eso fuera poco, la ministra arremetió contra quienes limpian parabrisas en los semáforos o recolectan latas en los vertederos, acusándolos de vagos y alcohólicos. “Después se van a tomar bebidas en la esquina”, dijo, reduciendo la pobreza a una cuestión de vicio y flojera. Y por si no fuera suficientemente insultante, ironizó: “Los buzos están en el agua”, burlándose de los que buscan entre la basura para sobrevivir.
Pero la funcionaria no se quedó ahí. Fue más allá y acusó a estas personas de estar cometiendo ilegalidades, de ser cuentapropistas encubiertos que, según ella, están “violando el fisco”. Una afirmación tan retorcida como cruel, viniendo de alguien que representa a un gobierno incapaz de garantizar empleo, sustento o dignidad.
Mientras la ministra pontifica desde un podio, el pueblo recoge sobras para comer.
Sus palabras son una bofetada a la realidad. En un país donde el 89% de las familias vive en pobreza extrema, según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, decir que no hay mendigos es simplemente una forma de lavarse las manos.
Y lo más insólito es que ella misma se contradice. Porque en febrero, sentada justo frente a Díaz-Canel, admitió públicamente que en Cuba hay más de 1.200 comunidades que viven en condiciones infrahumanas. ¿Entonces? ¿Quién miente: la ministra de hoy o la de hace unos meses?
Según su versión actual, el 96% de esos problemas ya están “en proceso de transformación integral”. ¿Transformación de qué, ministra? Los apagones siguen, la comida no aparece y los salarios no alcanzan ni para una libra de arroz.
Los números no perdonan. Cuba fue catalogada en 2023 como el país más pobre de América Latina por DatoWorld, con un índice de pobreza del 72%. Y para rematar, el país ocupa el triste primer lugar como la economía más miserable del mundo, de acuerdo con el índice del reconocido economista Steve Hanke.
Pero desde la burbuja del régimen, esa que huele a carro asignado y a aire acondicionado, todo eso es invisible. Los pobres no son pobres, son vagos. Los mendigos no existen, son actores. Y los basureros están llenos de “recuperadores ilegales de materia prima”.
Lo que sí abunda es el cinismo. Porque mientras miles de cubanos mayores viven su vejez rebuscando entre desechos, el castrismo se burla y criminaliza su desgracia, como si la culpa fuera del que tiene hambre y no del que lo condenó a pasarla.
Y no, señora ministra: no están disfrazados. Están destruidos. Por un sistema que solo sabe empobrecer.