Después de horas ardiendo en redes sociales por las escandalosas declaraciones de la ministra de Trabajo Marta Elena Feitó —esa misma que tuvo el descaro de decir que en Cuba no hay mendigos, solo “disfrazados”—, Miguel Díaz-Canel salió al ruedo con cara de preocupado y tono paternalista, a tirar un salvavidas político.
Durante una sesión de la Asamblea Nacional, el mandatario designado por Raúl Castro en 2018 no mencionó directamente a Feitó, pero le tiró con todo: “Ninguno de nosotros puede actuar con soberbia ni con prepotencia, desconectado de las realidades del pueblo”, dijo con gesto adusto y cara de que no rompe un plato.
El teatro de la sensibilidad oficial
El showcito ocurrió en la Comisión de Atención a la Juventud, Niñez y Derechos de Igualdad de la Mujer —uno de esos nombres largos con cero impacto real— donde Díaz-Canel se puso el traje de sensible. Habló de los “deambulantes”, los “vulnerables”, y dijo que no comparte ciertos “criterios emitidos”, en clara referencia a la ministra que trató de vagos a quienes sobreviven recogiendo comida de la basura.
“Sí existen esas manifestaciones. Y no sentimos vergüenza en reconocerlo”, soltó Díaz-Canel con dramatismo televisado, como si acabara de descubrir que en Cuba hay pobreza extrema.
Claro, no faltó el comodín de siempre: la culpa, como siempre, es del “bloqueo”. Porque según él, todo este desastre social es culpa del embargo, mientras su propio gobierno lleva décadas saqueando al país y usando a los más pobres como carne de propaganda.
¿Reacción real o jugada política?
A simple vista, su discurso parece un intento de desmarcarse de Feitó, cuya intervención fue tan torpe y desalmada que ni los voceros oficialistas pudieron tragársela. Pero hay quienes ven en esto un intento desesperado del régimen por contener el tsunami de indignación popular que provocaron las palabras de su propia ministra.
“No se defiende la Revolución ocultando los problemas”, soltó Díaz-Canel, como si no llevara años negando el hambre, la represión y la miseria. A estas alturas, las palabras suenan más a ensayo de relaciones públicas que a una intención real de cambiar las cosas.
Mientras tanto, la ministra en cuestión ya fue apartada del cargo —por “falta de sensibilidad”, según la nota oficial—, pero la estructura podrida que la formó y la sostuvo sigue intacta, sentada en el poder como si nada.
El problema no es Feitó: es el sistema entero
Lo que ha quedado claro tras este episodio es que la miseria no se puede maquillar más. Está ahí, en cada esquina, en cada cubano que rebusca entre los desperdicios, en cada anciano que pide un pan duro.
Y aunque ahora Díaz-Canel se haga el compungido, la realidad es que su gobierno lleva años aplastando a los mismos a quienes dice querer ayudar.
Negar la indigencia fue la gota que colmó la copa, pero la herida viene de mucho antes.
Por primera vez en mucho tiempo, el régimen se ha visto obligado a debatir en público sobre la pobreza. Y no porque quiera, sino porque ya no le queda otra. Las redes ardieron, el pueblo habló y el mundo miró.
Pero que nadie se confunda: la indignación del pueblo es auténtica; la del régimen, solo una estrategia para no seguir perdiendo terreno.