La ministra de Trabajo y Seguridad Social del régimen cubano, Marta Elena Feitó Cabrera, ha sido oficialmente “liberada” de su cargo, tras la ola de indignación que provocaron sus polémicas declaraciones negando la existencia de personas sin hogar en la isla.
La gota que colmó la copa fue su intervención durante las comisiones de la Asamblea Nacional, donde, en lugar de reconocer una realidad que salta a la vista, decidió criminalizar la pobreza con frialdad y arrogancia, asegurando que en Cuba “no hay mendigos”, solo “personas disfrazadas” que buscan un “modo de vida fácil”.
La nota oficial, publicada este lunes por los medios del Partido Comunista, intenta maquillar la decisión presentándola como una “solicitud” de renuncia evaluada cuidadosamente por el Buró Político y el Consejo de Estado, como si la ministra hubiera tenido un gesto honorable y voluntario.
Según el comunicado, su intervención fue calificada como carente de “objetividad y sensibilidad”, justo en un momento donde el régimen —al menos de fachada— intenta mostrar un rostro más “humano” ante el aumento de la miseria, el abandono social y la frustración popular.
Pero no hay maquillaje que tape lo evidente: el escándalo fue tan grande que hasta en filas oficialistas comenzaron a desmarcarse. La presión fue tal que la cúpula no tuvo otra opción que sacrificar a Feitó como chivo expiatorio, en un intento por calmar la indignación popular sin tocar la raíz del problema: el sistema que genera esa pobreza estructural que ella negó con tanta desfachatez.
Lo cierto es que Feitó no cayó por decir algo falso, sino por decir en voz alta lo que muchos dentro del poder piensan en silencio.
Ahora, con su salida, el régimen busca pasar la página, pero la herida ya está abierta. Queda al desnudo no solo la desconexión del Gobierno con la calle, sino su desprecio hacia los más vulnerables. Y si pensaban que con una renuncia se apaga el fuego, están muy equivocados. El pueblo ya entendió que el problema no es solo una ministra, sino toda una estructura que se alimenta de la humillación diaria del cubano común.