La ministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó Cabrera, se cayó con todo y careta tras negar —sin pudor alguno— la existencia de mendigos en Cuba. Su torpeza fue tan monumental que ni el propio régimen tuvo más remedio que soltarle la mano… aunque intentó hacerlo con guantes de seda.
En plena Asamblea Nacional, el primer ministro Manuel Marrero intentó salvar la cara del gobierno, asegurando que Feitó reconoció su metida de pata y presentó la renuncia “por voluntad propia”. Según Marrero, la funcionaria soltó entre lágrimas: “Me equivoqué, y me equivoqué en lo que nunca debí haberme equivocado”.
Pero ni con todo el teatro oficial se pudo maquillar el verdadero problema: la pobreza en Cuba es tan evidente que ya no cabe debajo de la alfombra del discurso revolucionario.
Cuando el discurso se estrella contra la realidad
Marrero trató de pintar a Feitó como una mujer «valiente», que había “trabajado duro” y defendido políticas a favor de los más vulnerables. Sin embargo, lo que no dijo —ni él ni ningún otro dirigente— es que esas políticas no sirven ni para alimentar a un gato flaco.
También intentó despegar al gobierno de las palabras de su ahora exministra: “Lo planteado por la compañera no se aviene con la política del gobierno”, dijo, como si no formaran todos parte de la misma maquinaria oxidada.
Incluso llegó a reconocer que el tema de los mendigos en Cuba “es un problema real”, pero acto seguido volvió a la retórica vacía de que “se está trabajando para resolverlo”. ¿Cómo? ¿Con discursos o con croquetas de aire?
La calle no miente: la miseria está en cada esquina
Basta caminar por cualquier barrio de La Habana, Holguín o Santiago para ver gente hurgando en los latones, durmiendo en portales, viejos abandonados a su suerte y niños que parecen salir de una novela de Dickens. Pero Feitó, sentada en su oficina con aire acondicionado, soltó que esas personas viven así porque quieren.
“Están disfrazados de mendigos”, dijo ella con desparpajo, y los tildó de “ilegales del trabajo por cuenta propia”. Un insulto en toda regla a quienes cargan a diario con el peso de un sistema que solo sabe empobrecer y reprimir.
Sus palabras provocaron una tormenta de indignación dentro y fuera del país. Artistas, activistas, periodistas y ciudadanos de a pie le recordaron a la ministra —y a todo el aparato— que la miseria en Cuba no es una pose: es la norma.
Un régimen que protege su imagen, no a su pueblo
El daño ya estaba hecho. Horas después, y con la presión reventando, el Buró Político y el Consejo de Estado aceptaron su renuncia. Un comunicado oficial la acusó de “falta de objetividad y sensibilidad”. Qué ironía: eso describe perfectamente a todo el gobierno, no solo a Feitó.
Díaz-Canel, como siempre, apareció tarde y sin decir mucho. Evitó nombrar a la ministra, pero lanzó una frase que sonó más a meme que a reflexión: “Ninguno de nosotros puede actuar con soberbia”. ¿En serio?
Marrero también hizo su parte en el control de daños, afirmando que “la atención a personas vulnerables siempre ha sido y será una prioridad de la Revolución”. Si eso fuera cierto, Cuba no parecería un campo de refugiados con palmas.
La pobreza no se tapa con consignas
Según cifras del Observatorio Cubano de Derechos Humanos, el 89 % de los hogares en la isla vive en pobreza extrema. Y fue la propia Feitó quien, en febrero, reconoció que más de 1,200 comunidades están sumidas en la miseria.
O sea, la misma funcionaria que ahora decía que los mendigos eligen vivir así, ya había admitido que el país está patas arriba. Y esa contradicción no es un desliz: es la esencia de un sistema que ya no tiene ni vergüenza.
Porque mientras los burócratas reparten discursos, el pueblo reparte lo poco que tiene para no morirse de hambre.