La imagen de varios niños durmiendo en los jardines del Hotel Gran Muthu Habana, en plena zona exclusiva de Primera y 70, en Miramar, corrió como pólvora por las redes sociales y desató una ola de indignación. La foto dejó al desnudo una realidad que el régimen cubano lleva años maquillando: la pobreza extrema y el abandono institucional que golpean a cientos de menores en todo el país.
Tras la avalancha de críticas, el Noticiero Estelar de la televisión estatal no tuvo más remedio que pronunciarse. En su versión de los hechos, los menores pertenecían a “familias disfuncionales” y se tomaron “medidas penales” contra los padres por “incumplimiento de la responsabilidad parental”. Una manera elegante de culpar a las víctimas y evadir la responsabilidad del Estado, que es quien debería garantizar que ningún niño cubano duerma en la calle.
Pero el propio reportaje oficialista los delató. La respuesta de las autoridades fue tardía y forzada, un simple intento de apagar el fuego cuando el escándalo ya se había hecho viral.
La directora del hotel confirmó que llevaba meses alertando a las autoridades sobre la presencia de menores durmiendo en los jardines, sin recibir atención ni apoyo. Solo después del revuelo en internet apareció un “equipo gubernamental” para visitar escuelas y viviendas, reconociendo que el problema “se había incrementado desde el verano”. O sea, sabían del asunto, pero no movieron un dedo hasta que la vergüenza les explotó en la cara.
Como es costumbre, el régimen intentó echarle la culpa a las familias, hablando de “falta de disciplina” y “padres irresponsables”. Sin embargo, el reportaje televisivo dejó ver algo más profundo: un sistema social colapsado, sin trabajadores sociales suficientes, con escuelas que miran para otro lado ante las ausencias prolongadas, y una miseria creciente que empuja a los niños a la calle buscando un pedazo de pan o un peso para sobrevivir.
Vecinos de la zona contaron que los pequeños se acercaban a los turistas pidiendo “un dólar para comer algo”. Una escena que ya se ha vuelto cotidiana en las áreas turísticas de La Habana, donde el contraste entre el lujo de los hoteles de GAESA y el hambre del pueblo cubano es brutal.
Mientras el régimen se gasta millones en levantar hoteles vacíos, la infancia cubana sufre el abandono más cruel. Niños y adultos piden limosna, duermen en portales o parques, y sobreviven entre la indiferencia institucional y la desesperanza colectiva.










