La viceministra de Salud Pública, Carilda Peña García, reapareció en los medios para lanzar un mensaje que muchos cubanos recibieron con incredulidad: pidió a la población “no quedarse enferma en casa” y acudir a los hospitales ante cualquier síntoma sospechoso, justo cuando el país vive una de sus peores crisis sanitarias en décadas, marcada por la propagación del dengue y la chikungunya.
Según explicó la funcionaria, el serotipo 4 del dengue predomina en la actualidad, y los casos febriles se han disparado en todo el país. Más de 109 municipios reportaron un incremento de atenciones por fiebre en la última semana, y las pruebas IgM positivas confirman que el virus está circulando con fuerza en varias provincias, entre ellas Guantánamo, Matanzas, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila y Villa Clara.
“Reiteramos la importancia de no permanecer enfermos en casa. Deben acudir a los centros de salud”, insistió Peña García. Pero el mensaje, que pretende sonar tranquilizador, contrasta con la realidad de hospitales desbordados, sin medicamentos ni recursos, donde los médicos de familia —los que aún permanecen en sus consultorios— aconsejan a la gente quedarse en casa para no empeorar la saturación del sistema.
A pesar de este caos, la viceministra aseguró que se ha “fortalecido el diagnóstico” con pruebas rápidas en los hospitales, para brindar una atención “más oportuna”. Sin embargo, en muchos centros del país no hay reactivos, ni camas, ni personal suficiente para enfrentar el aumento de casos. En varios territorios, los pacientes esperan horas —incluso días— para ser atendidos, mientras el régimen intenta maquillar el colapso sanitario con discursos de control y eficiencia.
Las autoridades también anunciaron que el control vectorial se ha intensificado con fumigaciones y carros TDA en las provincias, aunque los ciudadanos saben bien que la fumigación real es mínima y los operarios muchas veces no tienen combustible ni equipos en condiciones. Los llamados oficiales a “abrir puertas y ventanas” durante las fumigaciones suenan más a una rutina propagandística que a una medida efectiva para frenar al mosquito Aedes aegypti, cuyo índice de infestación sigue por las nubes.
En su intervención, Peña García admitió que, aunque las infecciones respiratorias agudas parecen disminuir, la circulación viral persiste, especialmente con el aumento de las lluvias, que agrava la contaminación del agua y dispara los criaderos de mosquitos. Dijo que provincias como Mayabeque, Las Tunas y la Isla de la Juventud no muestran una circulación intensa de virus, aunque siguen bajo “vigilancia epidemiológica”. En el contexto cubano, esa frase suele significar que el problema existe, pero el régimen prefiere no divulgarlo para no admitir su magnitud.
El infectólogo Daniel González Rubio, del Instituto Pedro Kourí, también intervino para explicar que la chikungunya puede dejar secuelas durante meses, especialmente en personas mayores o con enfermedades crónicas. Dijo que no existe tratamiento antiviral específico, solo medidas sintomáticas como reposo, buena hidratación y seguimiento médico. Pero en un país donde conseguir una pastilla de paracetamol es casi una odisea, esas recomendaciones suenan tan vacías como los estantes de las farmacias.
La realidad es que Cuba atraviesa una crisis sanitaria sin precedentes, donde el dengue, la chikungunya y otras arbovirosis golpean a una población agotada y desprotegida. Mientras el régimen intenta culpar al clima y a la “falta de disciplina ciudadana”, el pueblo sabe que la raíz del problema está en el abandono del sistema de salud pública, la corrupción institucional y el deterioro general del país.
Una vez más, el gobierno pide confianza, pero los cubanos —que viven de apagón en apagón, entre mosquitos, fiebre y escasez— saben que no hay discurso que cure la enfermedad ni propaganda que tape la miseria.










