A finales de 2024, el gobierno cubano quiso venderle al país otra de sus historias optimistas: la creación de una tasa de cambio flotante para el dólar frente al peso cubano, supuestamente basada en la oferta y la demanda. El anuncio lo hizo Manuel Marrero Cruz en la Asamblea Nacional y, como era de esperar, provocó movimientos en el mercado informal, donde la gente sí opera con dinero real, no con discursos.
Para febrero de 2025, el Consejo de Ministros aseguró que ya tenían luz verde para arrancar el proceso. La idea era enterrar el tipo de cambio oficial de 1×120, una tasa que solo existe sobre el papel porque el propio Estado no tiene dólares para vender ni capacidad para sostenerla. En julio, Marrero volvió a repetir ante los diputados que la tasa flotante sería una realidad antes de terminar el segundo semestre de 2025.
Pero llegó noviembre y, sorpresa: el régimen anunció que no implementará nada antes de final de año, frenando otra vez una reforma que ellos mismos presentaron como imprescindible para cerrar la brecha entre el mercado oficial y el mercado real, donde el cubano de a pie compra divisas todos los días para poder comer, comprar medicinas o mantener su pequeño negocio.
La decisión cayó como un cubo de agua fría tanto en el sector estatal como en el privado. La moneda cubana sigue hundiéndose sin freno, mientras el dólar continúa escalando en el mercado negro. Portales independientes estiman que antes de que termine noviembre de 2025 el dólar podría llegar a costar 490 CUP, una cifra que asfixia a quienes dependen de la divisa para funcionar, especialmente a las mipymes que pagan inventario, materias primas y servicios en dólares.
El gobierno insiste en que el llamado “programa para reimpulsar la economía” seguirá avanzando hasta principios de 2026. Sobre el papel suena bonito: controlar el déficit fiscal, bajar la inflación, exportar más, producir alimentos. Pero los economistas llevan meses advirtiendo que el plan no tiene cómo financiarse y no se ajusta a la realidad del país, donde no hay liquidez, no hay inversión y cada sector productivo está operando al límite.
Analistas como Pedro Monreal y Mauricio de Miranda han sido claros: lo que se prometió no es viable, al menos no con el mismo modelo de control estatal centralizado que ha llevado al país al colapso económico actual. Y el atraso de la tasa flotante es la prueba más reciente de ello.
El economista Pavel Vidal, profesor de la Universidad Javeriana de Cali, lo resumió en pocas palabras: el éxito de una tasa de cambio flotante dependería de transparencia en el sistema y capacidad real del Banco Central para manejar la volatilidad, dos condiciones que el régimen cubano no ha demostrado tener.
Al final, el retraso confirma lo que los cubanos ya saben: no hay confianza, no hay dólares y no hay reforma que sobreviva al modelo de control absoluto que mantiene paralizada la economía. Y mientras el gobierno se toma su tiempo, el dólar sigue subiendo, el peso sigue perdiendo valor y el cubano sigue pagando la cuenta.










