La pequeña niña cubana que el régimen desahució finalmente pudo regresar a su casa en Granma tras cuatro años viviendo en hospitales

Redacción

La niña granmense Érika Sabrina, cuyo caso sacudió a miles de cubanos dentro y fuera de la isla, finalmente pudo regresar a su hogar después de casi cuatro años viviendo prácticamente en hospitales. Todo ocurrió solo cuando su familia decidió denunciar públicamente que el régimen ni siquiera garantizaba una ambulancia para trasladarla.

El viaje, que debería ser un derecho elemental para cualquier paciente, solo fue posible gracias a la solidaridad de la gente y al apoyo decidido de la activista Idelisa Diasniurka Salcedo Verdecia, quien pagó de su bolsillo una ambulancia privada. Gracias a ese gesto, la niña pudo cumplir su deseo más sencillo y más humano: volver con sus hermanitas.

La llegada de Érika fue un momento hermoso y desgarrador a la vez. El pueblo entero se volcó a recibirla con globos, muñecos, disfraces, regalos y una emoción que se sentía hasta en las fotos. Su madre, Norelia López, compartió imágenes sosteniéndola mientras bajaba de la ambulancia, con los ojos llenos de lágrimas. “Llegó, y no solo llegó a casa, sino que tuvo un recibimiento hermoso”, escribió. “Gracias a cada persona que apoyó y oró por esta causa”.

En las imágenes se ve a la niña rodeada de sus hermanitas y de los niños del barrio, además de personajes infantiles que se acercaron para regalarle un ratito de alegría después de tanto sufrimiento. Fue un momento de respiro en medio de una historia dura que ha mantenido al país en vilo.

Su madre no perdió la oportunidad de mandar un mensaje claro y valiente: “Querer es poder. Madres, quedarse calladas no las hace valientes; las hace cobardes”. Una frase que muchos interpretaron como una denuncia directa al castigo institucional que sufren quienes se atreven a hablar.

La activista Diasniurka también agradeció a quienes se sumaron al caso, asegurando que Érika hizo un viaje tranquilo y que ya está en casa, “juntica con sus hermanas, que era lo que su corazón deseaba”. Aseguró que cada mensaje y cada oración hicieron la diferencia.

La comunidad incluso improvisó una pequeña fiesta llena de colores, dulces y personajes animados. Fue un gesto humilde, pero cargado de amor. “Esta batalla también la han luchado ustedes con el corazón en la mano”, dijo la activista en una publicación posterior.

Detrás de esta historia hay una realidad brutal. Diasniurka explicó días antes que la niña padece malformaciones arteriovenosas complejas de grado V en arterias principales del cerebro, una condición devastadora que provoca un riesgo altísimo de hemorragias, convulsiones y deterioro neurológico severo. Los médicos fueron tajantes: no existe opción quirúrgica segura. Por eso recomendaron llevarla a casa, donde pudiera estar rodeada de cariño.

Pero había un problema. El traslado tenía que realizarse en ambulancia con monitoreo constante. Y el gobierno, como tantas veces, no garantizó nada. La familia denunció que podían pasar un mes esperando. Un mes que la niña, en su estado, simplemente no tenía.

La presión ciudadana lo cambió todo. Cuando la madre y la activista sacaron la situación a la luz, el caso comenzó a compartirse sin freno. Y esa ola de solidaridad logró lo que la burocracia nunca haría: mover recursos y romper el silencio. “Esto no es solo una batalla médica, es una batalla humana”, insistió Diasniurka.

La activista denunció incluso que las autoridades le cortaron el Internet a la madre, aparentemente como represalia por denunciar. Pero ni siquiera eso detuvo la ola de apoyo. Las redes estallaron cuando se supo que Érika había llegado finalmente a casa.

“Más feliz imposible. En casa como ella quería”, celebró su abuela, Neldis Maceo Cabrera, agradecida por tantas muestras de apoyo.

Las imágenes finales duelen y alivian a la vez: Érika sonriente, rodeada de amor, tranquila después de años de dolor y abandono institucional. Un rayo de luz en una historia marcada por la negligencia del régimen, la lucha de una madre que no se rindió y la fuerza de un pueblo que, cuando quiere, mueve montañas.

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