Régimen convoca a cubanos que hayan padecido de chikungunya para ensayo clínico con fármaco que trataría sus secuelas

Redacción

El Hospital Faustino Pérez, en Matanzas, lanzó una convocatoria que huele más a desesperación que a ciencia sólida, invitando a voluntarios para un nuevo ensayo clínico con Jusvinza, el medicamento del CIGB que el régimen sigue presentando como su “carta mágica” contra todo lo que duela, inflame o moleste, aunque nunca haya mostrado resultados revisados por pares.

El anuncio salió en Facebook, como casi todo ahora, porque ni el sistema de salud ni la prensa oficial cuentan con canales funcionales para informar con seriedad. En la publicación, el hospital explicó que el estudio forma parte del proyecto FENIK-2, un intento de evaluar si el Jusvinza puede aliviar las secuelas crónicas del chikungunya. Suena bonito en el papel, pero en la práctica es otra historia.

El centro dijo que buscan personas entre 19 y 80 años que lleven meses lidiando con rigidez, inflamación y dolores articulares persistentes. Muchos cubanos se lanzaron inmediatamente a preguntar si podían participar porque, literalmente, no tienen otra opción: en Matanzas —y en toda Cuba— faltan analgésicos, antiinflamatorios, relajantes musculares y hasta dipirona. La gente vive entre el dolor y la resignación, y los ensayos clínicos se han convertido en la única vía para recibir algo que se parezca a una atención médica real.

Hubo internautas agradeciendo el fármaco, diciendo que probaron Jusvinza antes y que les ayudó. Pero también aparecieron voces duras, acusando al hospital de usar a la población como conejillos de indias, recordando que el medicamento nunca ha sido validado por publicaciones científicas internacionales y que el Estado lleva años vendiendo humo con cada nueva molécula producida por sus centros biotecnológicos.

La situación encaja de lleno con lo que hemos contado tantas veces: el régimen presenta cualquier ensayo clínico como un logro científico, mientras el sistema de salud pública se derrumba. Los hospitales están sin recursos, los pacientes compran agujas en la calle, los médicos se van del país y los enfermos sobreviven como pueden. Pero el gobierno prefiere invertir en proyectos experimentales antes que garantizar un frasco de ibuprofeno.

Detrás del anuncio del ensayo también está la estrategia propagandística del CIGB, que lleva años promocionando el Jusvinza para múltiples padecimientos sin mostrar datos sólidos. Lo usaron durante la COVID-19 en casos graves, lo presentaron como antiinflamatorio estrella y ahora buscan extenderlo al chikungunya, una enfermedad que ha dejado una oleada silenciosa de cubanos con dolores crónicos, sin terapias eficaces y sin acceso a atención digna.

Mientras tanto, el régimen juega a la ciencia avanzada, pero con hospitales cayéndose, sin reactivos, sin médula diagnóstica y con un personal agotado. El chikungunya se ha extendido sin control por el país, empujado por la falta de fumigación, la basura acumulada y la incapacidad estatal para enfrentar al mosquito Aedes aegypti. Y ahora pretenden que Jusvinza sea la solución milagrosa.

El pueblo, entre tanto, sigue en lo mismo: sin medicinas, con dolores que no pasan, sin respuestas y obligado a confiar en ensayos que, en cualquier otro país, serían opcionales, no una tabla de salvación.

Mientras el régimen vende un proyecto clínico como si fuera progreso científico, la realidad es que Cuba necesita mucho más que un péptido experimental: necesita un sistema de salud que funcione, una distribución de medicamentos estable y un Estado que deje de jugar con la desesperación de la gente.

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