Roberto Pisa Bonito, el Caballero de París de Santiago de Cuba

Redacción

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Roberto Pisa Bonito, el Caballero de París de Santiago de Cuba

Cuentan que allá por la segunda mitad de la década del treinta o cuarenta del pasado siglo (a veces los años se confunden cuando tanto se ha vivido), recorría las calles de Santiago el Caballero Roberto, un señor negro de unos 50 o 60 años de edad, de profesión barbero.

Lo de caballero le era dado por varios motivos; el primero de ellos su exquisitez en el vestir, siempre de “cuello y corbata”, usando un traje negro-azul, camisa blanca y sombrero de pajilla, manteniendo a ultranza una limpieza impecable. Otra de las razones de su apelativo, era su extrema educación, respeto y galantería para con los que trataba, aspecto que coincidían destacar todos los que en una u otra oportunidad, cruzaban palabras con él. A tanto llegaba su caballerosidad que, al enfrentarse sobre la acera a cualquier mujer, bajaba inmediatamente a la calle y quitándose el sombrero hacía una reverencia, a la vez que regalaba a la fémina frases como: “¡Pase usted bella dama y que Dios la conserve para siempre así!”.

Lo único que desentonaba en su estampa eran los zapatos negros, unos números más grande que el que correspondería a su pie. En realidad este desentono se debía a que trataba de contrarrestar unos juanetes que provocaban en este señor un caminar característico: inclinando hacia delante las rodillas y arrastrando un poco los pasos; lo que le ganó el apodo de “Pisa bonito”, y cuentan, que sólo se le veía molesto cuando lo llamaban por este mote.

El circuito de los andares de “Pisa bonito” era relativamente corto: en el viejo Santiago, desde el Parque de Céspedes hasta el Parque Dolores y, en la mayoría de las oportunidades, desde Dolores hasta la Plaza de Marte, siempre con su andar típico, saludando cortésmente a los transeúntes.

Cuenta jocoso mi abuelo que en uno de estos acostumbrados paseos, el negro de los juanetes se encontró con un amigo de confianza al que no veía desde hacía un buen tiempo y luego de los saludos de rutina inquirió por la esposa de su interlocutor, el cual, al comentarle que su señora esposa había fallecido días atrás, quedó estupefacto al escuchar la frase que, de los labios del barbero, salió disparada hacia lo anecdótico:
-“¡No joda que se murió la vieja!”

Cuando mi abuelo me contaba esto, entre risas de ambas partes, siempre recibía como respuesta de mi abuela que eso era imposible viniendo, como venía la historia, de una persona como. “Pisa bonito”. Yo, en verdad, no dudo nada y como me lo contó mi abuelo, así se los cuento a ustedes.