Este anticuario cubano de Ciego de Ávila tiene colgada en sus paredes una colección que vale una pequeña fortuna

Redacción

Este anticuario cubano de Ciego de Ávila tiene colgada en sus paredes una colección que vale una pequeña fortuna

Desde hace más de dos décadas que Roberto González, quien vive en Morón, Ciego de Ávila, se dedica a la reparación de tarecos (como suele llamarle su mujer). En sus paredes cuelgan más de cien equipos que fueron vendidos en Cuba antes de 1959: relojes, ventiladores, televisores, batidoras, cámaras fotográficas y de video, teléfonos, tocadiscos, radios, metros contadores, trozos de lavadoras, planchas y hasta una pagadora de cheques.

Aunque resulte difícil de creer, Roberto se las ingenió para echar a andar un proyector Bell & Hower de 1952, el equipo que le ha sido más difícil de rescatar; un televisor Dumont de 1957, donde Chaplin todavía sonríe en blanco y negro; y un refrigerador Westinghouse de 1950. Eso si, le costó Dios ayuda el poderlos arreglar.

Más de un centenar de equipos de marcas que se vendieron en la Isla antes de 1959 cuelgan de sus paredes

Roberto se graduó como ingeniero eléctrico y comenzó a trabajar en un central azucarero. Tras la llegada del llamado “Período Especial” comenzó a trabajar en la instalación de paneles eléctricos en las estaciones de bombero de algunos centros turísticos de la Cayería Norte. A su vez, se mantenía reparando televisores y radios.

Su lema de vida siempre ha sido no comprar nada a nadie. Para él es mucho más económico recoger viejos equipos de la basura o que se los regalen tras haber ido a casa de algún cliente a reparar algo. En una ocasión, por ejemplo, convenció a un cliente para que le retribuyera el arreglo de una lavadora con un radio que iba a botar. “No servía, estaba desbaratado, pero tenía piezas con las que podía salvar otro igualito”. Aquel radio era un Phillips holandés, y Roberto necesitó de tres para armar uno.

Roberto ha ido coleccionando estos anticuados equipos (que para él son verdaderos tesoros) a lo largo de unos 20 años y, actualmente, la parte trasera de su vivienda se ha convertido en una especie de atractivo turístico.

Roberto González lleva dos décadas reparando “tarecos”

“Buena parte de los turistas que llegan a Morón se dan una vuelta por mi casa a ver mis equipos. Es como si sintieran nostalgia al estar frente a frente con equipos que en su día entretuvieron a sus abuelos”, comenta.

Para Roberto no existe la posibilidad de desprenderse de algunos de sus “tesoros” por más dinero que le ofrezcan. Para cualquier persona pudieran ser tan solo un montón de cachivache viejos que ya nadie quiere. Sin embargo, para él, son como sus propios hijos.