El cubano ha puesto a caminar automóviles con radiadores de cañerías, juntas de ollas de presión y otras “maravillas de la ingeniería”

Redacción

El cubano ha puesto a caminar automóviles con radiadores de cañerías, juntas de ollas de presión y otras “maravillas de la ingeniería”

Después de Ford los cubanos. Nadie en el mundo más que los nacidos en la Isla del Caribe es capaz de idear soluciones tan ingeniosas para sus añejos automóviles. Desde radiadores fabricados con cañerías, hasta motores sellados con juntas de olla de presión, todo sirve para que los carros no se paren en Cuba.

Mongui, un chófer de 52 años que conduce un Ford Fairlane Sunliner rojo y blanco de 1956 asegura que el cubano es la mata del invento.

Él se dedica a pasear turistas en su automóvil y cuenta que en una ocasión en que su descapotable perdía aceite por la rotura de la junta del motor y no encontraba repuestos en los talleres solucionó el problema con la junta de su olla de presión.

“Mi mujer me dijo: te estoy haciendo unos fríjoles riquísimos. Cuando destapé la olla, una olla a presión rusa antigua, vi que la junta es casi igual. La saqué, hicimos una prueba de presión y funcionó. Cuatro años después el carro sigue caminando”, dice entre risas.

Mongui, un chófer de 52 años que conduce un Ford Fairlane Sunliner rojo y blanco de 1956

Su Ford ha recorrido nada menos que dos millones de kilómetros y tienen seis décadas a cuestas. Sin embargo, aún conserva su motor V8 de fábrica, algo muy raro en La Habana en que gran parte de los carros anteriores a 1960 funcionan gracias a trasplantes de autos más modernos.

Desde antes de que desapareciera la Unión Soviética (porque primero desaparecieron las relaciones con Estados Unidos), los cubanos tuvieron que echar mano de ingenio para que sus automóviles no se quedaran en dique seco.

Motores de otras marcas acoplados, tacos de ruedas de tractor como pastillas de freno y radiadores con tuberías de cobre son algunos de los inventos más recurrentes.

Sucede que en Cuba un automóvil es un lujo muy difícil de conseguir. La mayor de las Antillas va a la saga del mundo con sólo 42 automotores por cada mil personas (unos 500 000 en total); muy por debajo de los 600 de España o los 700 de Estados Unidos.

Su Ford ha recorrido nada menos que dos millones de kilómetros y tienen seis décadas a cuestas.

El Gobierno no permitió a los particulares comprar autos hasta el año 2001 y cuando finalmente aceptó venderlos los gravó con un impuesto del 800 % que los convierte en los más caros del mundo, por lo que, en la práctica continúan sin venderse.

Esta disparatada política ha inflado los precios de los autos de segunda mano que poseen los particulares. En Revolico, la página web de compra – venta más popular de Cuba, se puede comprobar que un Lada de 1990 se vende por 28 000 dólares, un Volkswagen Polo de 2005 por 45,000, un Hyundai Atos de 2007 por 46,000 y un Passat de hace tres años por 110,000.

No asombra entonces que los que poseen un automóvil lo traten como la niña de sus ojos, en especial si se trata de un clásico, pues este valor agregado les permite funcionar como atractivos taxis turísticos.

“Todos los días lo friego, reviso el aceite, todo, para que se mantenga siempre así. Es antiguo; si te descuidas un día se parte cualquier pieza, no te das cuenta y ahí está el problema. La gente dice que este carro es mi esposa”, se ríe Mongui.

Ramón lo compró en 1992 en medio de lo más duro del Período Especial por 500.00 dólares… “Ahora me ofrecen más de 50,000, pero no lo vendo. Mi hijo menor tomará el testigo”, afirma.