Cuando La Habana soñaba con convertirse en una suerte de Montecarlo de América

Julio César

Cuando La Habana soñaba con convertirse en una suerte de Montecarlo de América

El turismo cubano de antes de la Revolución era más explotado por sus vicios que por sus maravillas naturales y culturales, pues la muy bien lograda propaganda de la famosa oferta cuádruples (ron, tabaco, juegos de azar y mujeres) atraía, sobre todo, a millones de estadounidenses al año.

Estados Unidos notó las oportunas condiciones que manejaba La Habana en este sentido y decidió convertirla en el Montecarlo de América desde los años 20, con grandes resultados para la década del 50.

La que fue considerada como “la capital del juego en América” se vio grandemente favorecida con el establecimiento de la Ley Seca en Estados Unidos entre 1920 y 1935, porque los norteamericanos viajaban a Cuba para poder consumir bebidas alcohólicas. Antes de esto, ya se había firmado la ley que reglamentaba los juegos de azar, y se había inaugurado el hipódromo Oriental Park y el Casino Nacional. Además.

Antes de la apertura del Hotel Nacional (1930) los hoteles de lujo habaneros eran el Sevilla y el Almendares.

Entre los de primera clase se encontraban Inglaterra, Plaza, Telégrafo, Florida, Ritz… A fines de los años 40 la capacidad hotelera cubana era de poco más de 5 800 habitaciones. De ellas, 4 000 estaban en la capital. En una provincia como Matanzas, incluida Varadero, se registraban solo 504 habitaciones.

La Habana pasó a ser segunda sede de la mafia norteamericana luego del golpe de Estado de 1952.  Hasta 1958 se construyen o remodelaron aquí 3 152 capacidades de alojamiento. En 1959 el Directorio Hotelero consignaba 125 hoteles, con una capacidad total de 7 728 habitaciones.

Es en esos años cuando se construyen los hoteles Rosita de Hornedo (julio, 1955) St John’s (marzo, 1957), Capri (noviembre, 1957), Riviera (diciembre, 1957), Hilton (marzo, 1958) y Deauville (julio, 1958) y se remodelan Nacional, Comodoro y Plaza. El Internacional de Varadero, se inauguró en 1950. Se construyen asimismo el Copacabana y el Chateau Miramar, entre otros.

De todo el conjunto, solo el Internacional, el Deauville y el Riviera contaron con financiamiento extranjero. Los otros se construyeron con capital cubano. La construcción del Hilton (Habana Libre) fue costeada con el dinero de la Caja del Retiro Gastronómico y sucesivos créditos del Estado cubano, en tanto que de los 12 millones de dólares que se invirtieron en el hotel Riviera, el Estado aportó la mitad y la suma restante se cubrió con bonos que adquirieron inversionistas cubanos, canadienses y norteamericanos. La mafia, que hizo de ese hotel su cuartel general en La Habana, aportó 400 000 dólares. Ni un kilito más.

En algunas de esas instalaciones, como Capri, el casino era más importante que el alojamiento, y en todas, la sala de juego era la parte más lucrativa. Por el alquiler de esos salones se pagaban unos 25 000 dólares anuales en hoteles como Riviera, Capri y Nacional, sin contar que el casino sufragaba por lo general el espectáculo y las orquestas del cabaret.

Los planes no se quedaban en esos hoteles. Eran más ambiciosos. Comprendían los hoteles Montecarlo (657 habitaciones) en Santa Fe y Habana-Fontainebleau, en El Vedado, con 550. Otro hotel, de 500 habitaciones, se edificaría donde ahora está la heladería Coppelia, y uno más, con 600, en las áreas del parque deportivo José Martí.

Los proyectos incluyeron instalaciones hoteleras en Soroa y Trinidad. Se construyó el hotel Colony, en Isla de Pinos, inaugurado el 31 de diciembre de 1958, y se inició un incipiente desarrollo en Cayo Largo del Sur. Los planes eran tan vastos en Cuba y en particular en La Habana que contemplaban construir en una faja de terreno sobre el mar a todo lo largo del Malecón.

Entonces el turismo se concentraba en La Habana y en muy menor medida en Varadero e Isla de Pinos. La capital disponía de más de 50 hoteles -cuatro de ellos, de lujo- con 4 900 habitaciones y 9 800 capacidades. En la Playa Azul no pasaban de 700 las habitaciones e Isla de Pinos podía acomodar a lo sumo a unos 200 visitantes. Unos 223 000 turistas extranjeros vacacionaron en Cuba en 1956. Otros 272 000 lo hicieron en el 57 y al año siguiente la cifra descendió a 212 000. La mayoría de ellos, por supuesto, eran norteamericanos.