Doña Adela, un restaurante privado que regala comida a los desamparados en La Habana

Redacción

Un caso, hasta el momento único en Cuba es el de Adela Angelbello (más justo apellido no podía tener) quien es dueña de la paladar Doña Adela en la calle L entre 17 y 19 en el Vedado habanero. Su negocio es el primero del sector privado que ha comenzado la solidaria práctica de regalar comida a los ancianos desamparados.

Esta avileña de más de 40 años vende la comida a un precio medio – bajo que ha convertido su pequeño restaurante en el preferido de los trabajadores de los alrededores y de no pocos de sus vecinos. Sin embargo, otros que no tienen con qué pagar también frecuentan el pequeño negocio.

Son personas de la tercera edad, solas y desamparadas. Adela lo reconoce enseguida por la ropa y los zapatos remendados y les invita a comer gratis. Todos se han hecho sus amigos y regresan con frecuencia. “Se hacen clientes míos”, bromea Adela.

Además de con comida, la pequeña empresaria ayuda a los ancianos con dinero cuando se les rompe algún efecto electrodoméstico. Así hizo con Pepín Velazco, un señor de 92 años a quien le costeó el arreglo de la arrocera; porque su madre le enseñó que siempre había que hacer el bien, aunque se perdiera todo en el intento.

Adela no practica ninguna religión. Lo suyo es caridad de la de verdad, no está ordenada por ningún pastor ni busca hacer méritos para pagar su entrada al paraíso.

Lleva algunos años con su negocio abierto, pero ya ha ganado notoriedad en redes sociales por su práctica solidaria, algo que hasta el momento ningún otro cuentapropista se ha atrevido a imitar. Para ella la mayoría de los pequeños empresarios cubanos sólo se preocupan por ganar dinero y no les interesa para nada servir a otras personas.

Cuenta que muchos se le acercan y la recriminan por regalar la comida, augurándole que terminará en la ruina. Hasta los propios ancianos a los que ha ayudado insisten en pagarle cada vez que pueden, pero ella nunca les cobra.

Por el alquiler de su espacio, Adela paga 2 500 pesos al mes. Trabaja con sus dos hermanas y tiene contratadas a otras cinco personas a las que paga 700 pesos al mes. Ella misma cocina, costumbre que no ha perdido desde que abrió su primer negocio en su natal Ciego de Ávila.

Muchos de sus clientes son fijos. Algunos la han seguido fielmente cada vez que ha mudado su negocio, porque Adela no sólo vende barato para los precios que “sufre” el Vedado, sino que también cocina muy bien.

Adela no conoce que su costumbre de ayudar a los más necesitados de la comunidad donde se enclava su pequeño restaurante lo convierte en un negocio “socialmente responsable”, algo muy difícil de encontrar en Cuba. En buena medida porque las autoridades no están interesadas en potenciar una imagen positiva de los pequeños negocios dentro de las comunidades, sino todo lo contrario.

Cuando le elogian por sus caritativas costumbres, Adela le resta importancia. Sólo responde que no hay necesidad de ver pasar hambre a unos pobres viejos por ganar un poco más de dinero, si al final el negocio “igual da”.