El Malecón de La Habana, el testigo de mil historias para los cubanos

Redacción

El Malecón de La Habana, el testigo de mil historias para los cubanos

Si existe un sitio emblemático en La Habana, es el Malecón. Resulta el fin de todos los encuentros, el colofón de todas las celebraciones, el testigo discreto de todos los amores.

A su muro acuden personas de las más disimiles edades, solas o en grupo; buscando diversión o tranquilidad; hallando respuestas o soltando plegarias.

Ir al Malecón es, de por sí, una salida «de lujo». Nunca por el costo que representa, pues resulta de las citas más baratas a las que se puede aspirar, pero la vista que proporciona, en cualquiera de sus tramos, es siempre un espectáculo.

En este muro de concreto, integrante añoso del paisaje habanero, concurren lo mismo quienes pueden costearse un restaurante de lujo, que quienes solo pueden comprarse un refresco para beber junto al mar.

En el Malecón siempre hay personas. Están los pescadores, generalmente vecinos de este litoral, que caen en las redes seductoras del paciente acto de esperar por el pez. Entre ellos existe una comunidad, se intercambian anzuelos, consejos, chistes; se comparten las noches de brisa marina y las estrellas.

No faltan aquí, como en toda composición que exhala romanticismo, los enamorados. Parejas de todo tipo se acurrucan en esta muralla: infieles, casados, novios, amantes eventuales, negociantes del amor…

Y según el espacio, se reúnen unos y otros. Por ejemplo, existen límites donde a determinadas horas se encuentran integrantes de la comunidad LGTB; o tramos donde se paga por un beso… y más; o pedazos donde todos son estudiantes universitarios, pues sus residencias quedan al frente.

Para ellos, para los habituales, los de paso, los oportunos y los esquivos, siempre hay vendedores. En la noche los vendedores recorren kilómetros y kilómetros de esta pared.

Unos proponen música y forman dúos, tríos, o andan como solistas. Cantan cualquier canción que el interesado oyente les pida y cuantas veces lo desee.

También están quienes ofrecen confituras, vino frío, peluches, flores de cristal y otros «aderezos» para el amor. Y no pueden faltar los fotógrafos, esas figuras que te proponen inmortalizar el momento. Lo que sí no falla es que siempre que hay una jornada de celebración, el malecón se presenta como la mejor opción para ponerle cierre. Allí se ríe, se canta, se baila, se ama…

Actualmente este «gigantesco banco» ocupa desde el frente del Castillo de La Punta, en la entrada de la bahía, hasta La Chorrera, en la desembocadura del río Almendares.

La historia del Malecón comenzó en 1819, cuando la ciudad empezó a crecer y necesitó ampliarse más allá de los límites de la muralla. No obstante, la idea de lo que hoy existe como malecón comenzó a hacerse concreta a partir de 1859 cuando aparecieron los barrios El Carmelo y Vedado y los ojos se situaron en el inhóspito litoral habanero.

Su proyecto fue encargado a don Francisco de Albear, el más grande ingeniero cubano de la época. De acuerdo con registros oficiales de ese periodo, la ancha avenida debía construirse a cuatro metros sobre el nivel del mar, separado de la orilla, y en la parte inferior una larga sucesión de 250 bóvedas, para dar cauce a otras necesidades de la ciudad, porque la galería resultante podía servir como línea de ferrocarril y almacén, pensando en el activo puerto habanero, o como línea defensiva militar.

Pero el costo de tal emprendimiento demandaba una cantidad de dinero que el gobierno español no entregó a la administración municipal habanera, por lo que la propuesta de Albear quedó en el olvido durante un largo tiempo.

No fue hasta el año 1906 que iniciaron la construcción del primero de los tramos, a cargo de los ingenieros Mr. Mead y su ayudante Mr. Whitney bajo el Gobierno Interventor Norteamericano del General Wood.

Dicha área comprendía desde el Castillo de la Punta hasta los baños de los Campos Elíseos. El 20 de mayo de 1902, al cesar la Intervención, se habían construido unos 500 metros.

La construcción del Malecón continuó, de a poco, en los distintos gobiernos que tuvo la isla, y para 1909 hasta la calle Belascoaín. En 1916 llegó hasta el torreón de San Lázaro. Como dato curioso al respecto vale señalar que en 1919 un ciclón azotó brutalmente la capital y el mar levantó en peso ese tramo, arrojando enormes trozos de hormigón tierra adentro y ocasionando daños e inundaciones nunca vistas ni recordadas

Poco a poco fueron construyéndose tramos y se realizó una labor importante en la cimentación de sus bases. En tanto, en 1930, mientras gobernaba Gerardo Machado, alcanzó la dimensión de la calle G.

Para 1955, bajo la presidencia de Batista, continuó hasta la calle Paseo. Se conoce que desde el año 1950 se hablaba de prolongarlo hasta la calle 12 del Vedado, para a través de un gigantesco puente colgante enlazar con la avenida Primera del Reparto Miramar.

Pero la construcción del túnel de Calzada bajo el río Almendares en 1958, determinó que se continuara el Malecón hasta enlazar con esa vía subterránea y después con la Quinta Avenida, lo que se realizó en 1959.

Muchas de las edificaciones que acompañan al malecón habanero y ensalzan su riqueza arquitectónica, están hoy en restauración.