Los arrieros, una tradición campesina que se pierde en las lomas de Cuba

Redacción

Los arrieros, una tradición campesina que se pierde en las lomas de Cuba

Cuando algunos gallos empiezan a cantar y la madrugada apenas comienza, el arriero se levanta. La esposa amantísima regresa a la cocina, mueve la leña del fogón, pone el agua con azúcar y prepara el colador para el café.

Él recorre el potrero en busca de sus mulos y vuelve con uno, dos…y toda una cuadrilla que le acompaña en cada jornada desde su etapa de adolescente.

Seguramente, el padre, los abuelos u otros familiares, le enseñaron a colocarles los aperos al arria de mulos, a escoger el que serviría de guía, acomodar las cargas, ponerse el sombrero y salir por las montañas a transportar mercancías.

El tintinear de los cencerros anuncia su paso, y con ritmo cadencioso todos los mulos llevan sobre ellos el café, de la Sierra al llano, o las cosechas de malanga y el arroz.

Ellos también llevan productos hasta bodegas de parajes intrincados, a los cuales no pueden llegar los carros.

“En las lomas tener un arria de mulos es mejor que tener un avión”, dicen algunos.

La tradición se ha mantenido por generaciones, al igual que otros oficios como el de herrero, encargado de trabajar el metal para proteger con herraduras las patas de mulos y caballos.

Cada uno lleva una lona, para proteger la carga si llueve, sogas, el aparejo para resistir el cargamento sin que se lastime la espalda del animal, jáquimas y avíos que mantienen estable la mercancía, pecheras, cinchas y tapacetes.

A su paso todo el mundo se detiene para saludar, y su vida transcurre así, trasladándose de un sitio para otro durante largas jornadas de trabajo, porque los mulos van con paso lento, pero seguro.

Esos son animales fuertes, que desandan por senderos estrechos, suben lomas empinadas, cargan quintales, y con obediencia llegan a cualquier sitio.

Sin embargo, las tradicionales arrias, conformadas por más de 10 mulos están casi en peligro de extinción por disímiles carencias materiales, y hoy en la Sierra Maestra se carga café en cuadrillas más pequeñas, a veces equipadas con pocas herramientas.

Por suerte, el arriero cruza todavía las montañas de ida o regreso a casa, acompañado del tintinear de los cencerros, agotado por la larga jornada, y la amantísima esposa le espera en el portal con una sonrisa y otro trago de café.