Santiago de Cuba, la cara oculta de la segunda ciudad más grande de la Isla

Redacción

Santiago de Cuba

Santiago de Cuba, la segunda ciudad más grande de la Isla tiene una sórdida vida subterránea que no recoge la prensa. Con sus casi 500 mil habitantes la vida oculta de Santiago de Cuba es propia de una ciudad única en la que las motos son taxis y en cualquier esquina se forma una conga pero también una olla de presión gigante que parece a punto de estallar, no por el intenso calor oriental, sino por los grandes problemas sociales que acumula.

En Santiago de Cuba como en todas las grandes ciudades de la Isla parece cumplirse la misma regla: los repartos construidos antes de 1959 poseen mejor confort que los levantados por la Revolución. Los dos Vista Alegre de la oriental urbe son prueba de ello.

El Nuevo Vista Alegre se construyó después de 1959. Es un reparto feo, monótono, con calles en mal estado y llenas de un polvo que se pega en la piel, las ropas y las despintadas paredes de las casas.

Sus vecinos viven en el total desasosiego que provoca el infernal ruido de los camiones, rastras y carretones de caballos que corren por la Avenida 40.

Todo lo contrario del tradicional Vista Alegre, un reparto “burgués” construido durante la República, casi en el centro de la ciudad, de casas amplias con grandes patios, con aceras bien cuidadas y calles asfaltadas.

Allí, en Vista Alegre, donde antes de 1959 tuvo Fulgencio Batista una casa de descanso, aseguran que se retirará de la vida pública el expresidente Raúl Castro para vivir sus últimos años.

O al menos eso piensa Alberto Alfonso Valdés, albañil y jefe de una obra que se realiza en el reparto: “Por eso estamos trabajando aquí desde ya para acondicionarle la residencia por indicación del Partido”.

Irónico que Raúl Castro decida irse a vivir al reparto burgués construido antes de 1959 y no al que se levantó tras el triunfo de la Revolución de la que fue uno de los principales protagonistas.
Cuando se atraviesa el barrio de Cacón, en las afueras de la oriental ciudad, las pocas casas que existen están repletas de basura bien recogida en sus frentes. La gente va y viene de ellas al basurero: viven de la basura.

“Nosotros venimos aquí todos los días a buscar materia prima: cartones, pomos plásticos, tela, botellas de cristal y todo lo demás. Llegamos a las siete de la mañana y nos vamos a las siete de la noche.

Casi siempre lo que recopilamos son cartones para poder llegar a la tonelada, que vale 500 pesos cubanos en la ciudad”, cuenta Lungo, uno de los vecinos que se busca la vida revolviendo entre la inmundicia.

En el enorme vertedero, al que va a parar toda la basura de Santiago de Cuba, un ejército de hombres y mujeres hurga entre la inmundicia, compitiendo con moscas, ratones y auras tiñosas.

Rolando, “El Chispa”, tiene su casucha en el mismo vertedero. Esto le da una ventaja sobre sus competidores a la hora de rebuscar en la basura: “Lo que hago mayormente es picar las botellas de cristal y convertirlas en vasos para venderlos a las cafeterías en la ciudad (…) en la ciudad mucha gente toma refresco, batido de frutas, limonada y cualquier otro líquido en vasos salidos del basurero municipal.”

A Rolando lo conocen por “El Chispa”, porque siempre está en tragos. Lleva siete años viviendo entre la basura y en ese tiempo ha construido casuchas de cartón, tela, zinc y madera para cobijarse: “La suerte que llueve poco, si no tuviera que hacer más casas porque el cartón se moja y se me jode la construcción. En este tiempo, tengo que haberme construido más de veinte casas aquí”.

La comida, asegura, no es un problema en el vertedero: “(…)porque el camión del matadero descarga los mondongos. Y ahí uno resuelve sus cabezas de buey, de puerco, lo que sea, lo que venga. Eso se lava con agua hirviendo en calderos y queda especial, nada de podrido. Al final eso es fibra pura, lo que hay que trabajarla”.

Uno que lleva años viviendo de la basura es Guillermo, quien llega a las 7:00 am al vertedero y se marcha a las ocho de la noche. Sólo para una hora al mediodía para almorzar en una cafetería cercana:

“Estoy vacunado contra la leptospirosis, así que ando sin miedo por todo esto. Antes trabajaba en la empresa Comunales, pero si no me hubiera dedicado a esto, mis hijos se hubieran muerto de hambre. Esto me da 100 pesos diarios, porque yo recojo basura como un león y la vendo luego como materia prima”.

Tener agua es Santiago de Cuba es equivalente a tener poder y status.

Cuando hace algunos años el expresidente Raúl Castro prometió que Santiago de Cuba no volvería a sufrir escasez de agua algunos se entusiasmaron y otros se mostraron escépticos. El tiempo les dio la razón a los segundos.

El agua llega a las casas cada quince o veinte días lo que, por supuesto, genera caos en la ciudad, donde las personas luchan por llenar una tanqueta, un garrafón y hasta un pomo de agua.

En Santiago de Cuba el agua es tan valiosa como el oro, y nadie la regala.

Antes, aunque fuera inútil para el consumo humano, los santiagueros recogían agua en el río Los Guaos que atraviesa la ciudad. Sin embargo, esto ya no es una opción.

Los Guaos es hoy un pantano verde, apestoso, lleno de inmundicias y contaminado por los desechos de la Textilera y el Matadero. En sus riberas han surgido, además, barrios insalubres con casas de cartón y madera que vierten en él las aguas albañales y la basura.

Así, las familias que tienen el privilegio de poseer pozos naturales se han convertido – como si del Sahara se tratara – en familias poderosas. Los pozos se han convertido en un próspero negocio al que todos deben acudir, pues sin agua no se puede vivir.

A los pocos pozos que existen en la ciudad, sobre todo en las afueras se dirigen
Cubasol
los santiagueros en camiones, carretillas de caballos, en bicicleta o a pie. Cargan tanques, garrafones y sacos con pomos plásticos. Los más van a adquirir el agua necesaria para el consumo de sus familias; otros cargan el preciado líquido para revenderlo en comunidades lejanas.

El oficio de “aguador” es más que rentable en una ciudad seca: “La tanqueta vale dos pesos cubanos, casi se las regalo a la gente. Después esa misma tanqueta la gente la revende a 1 CUC. A los carros les cobro sesenta pesos por el fregado”, explica Francisco, quien es dueño del pozo más famoso de Santiago de Cuba.

Cuenta que el Estado quiere que regale el agua, pero se ha negado. Sólo los gastos de la bomba eléctrica con la que sube el agua de su pozo de cuatro metros de profundidad son de 600 a 700 pesos al mes. Además, si otros la revenden por qué no la va a vender él razona, no sin razón.