Arroyito, el Robin Hood cubano al que la leyenda lo convirtió en héroe

Julio César

Arroyito, el Robin Hood cubano al que la leyenda lo convirtió en héroe

Arroyito, cuyo verdadero nombre era Ramón Arroyo y Suárez, nació en Matanzas el 18 de septiembre de 1896, hijo del canario Juan y de la cubana Silveria.

Ramón trabajó primero en los vapores de Regla, en La Habana, y luego fue chofer de alquiler para cubrir la ruta La Habana Santiago de Cuba.

Durante uno de sus viajes, en la carretera del Naranjal, en Matanzas, iba a exceso de velocidad y atropelló al menor Ramón del Rosario Cruz quien falleció como consecuencia del accidente.

Su abuelo tuvo necesidad de hipotecar su finca para pagar mil pesos de fianza por la libertad provisional de Ramón, quien fue declarado en rebeldía, y el dos de marzo de 1917 de alzó junto a los liberales contra el gobierno de Mario García Menocal. Posteriormente sufrió prisión y se escapó.

Fue entonces cuando formó una pandilla y comenzó a asaltar en la zona de Canasí, Ceiba Mocha, Empalme y Cabezas. La primera finca asaltada era de chinos. El 24 de septiembre de 1921, vestido con uniforme de sargento del ejército, secuestró al rico comerciante José Lantero, por quien pidió 10,000 pesos de rescate.

A pesar de su larga hoja criminal, debido a influencias políticas, el famoso bandolero fue indultado y nombrado cabo jefe del puesto de policía de la localidad de La Mocha, en Matanzas, a lo que la secretaría de Gobernación se opuso, pero no tenía jurisdicción sobre la municipalidad que dirigía en esos momentos a la policía, de carácter local.

Jamás manchó sus manos de sangre y tuvo un sentido rudimentario de la justicia social: lo que robaba a los ricos lo repartía entre los pobres con la generosidad de un millonario loco.

En 1922 logró establecerse en Placetas con el nombre de Alberto Hernández, y dicen que era una persona tranquila y dadivosa, pero al ser detenido por portar un revólver sin licencia, fue reconocido y trasladado a la cárcel de Matanzas, de donde se fugó.

El 13 de abril de 1923, cuando lo tenía todo preparado para abandonar el país por barco, fue detenido en un tranvía durante el trayecto de Guanabacoa a Regla, por el jefe de policía de este último municipio, y trasladado nuevamente a la cárcel de Matanzas, ciudad donde fue condenado el cuatro de abril del siguiente año.

El 28 de septiembre de 1928 Arroyito, con otros cinco reclusos, debía ser trasladado desde la Cárcel de La Habana, en el Castillo del Príncipe, al Presidio Modelo de Isla de Pinos. Pero Arroyito ni sus compañeros llegaron a conocer la prisión pinera.

El capitán Pedro Abraham Castells, supervisor del Presidio Modelo, ordenó su asesinato. Les aplicaron la ley de fuga en el camino en virtud del artículo 10 de la Ley Militar. Para dar visos de realidad a la supuesta evasión mantuvieron a Arroyito, durante la noche, esposado con otro recluso, a merced de la plaga de jejenes y mosquitos y lo ultimaron a balazos en la madrugada, al igual que a su compañero.

Castell había decidido su suerte antes de que lo sacaran del Príncipe. Bajo fuerte escolta condujeron  la “coordillera” de Arroyito hasta el Surgidero de Batabanó, donde los reclusos, esposados de dos en dos, abordarían el cañonero 24 de Febrero de la Marina de Guerra. El cañonero arribó al muelle de la playa de Columpo a las cuatro de la tarde y el capitán de la nave se cansó de llamar al penal. Pero nadie acudió a recoger a los presos hasta bien entrada la noche. No se había alejado aún el barco del muelle cuando cuatro de aquellos hombres, esposados todavía, eran abatidos por tiradores expertos. A Arroyito y a Cundingo les esperaba una muerte horrible pues si los otros perdieron la vida súbitamente, ellos supieron cuál sería su destino y debieron aguardarlo bajo el acoso desesperante de mosquitos y jejenes.

El preso que recibió la tarea de recoger los cadáveres y conducirlos al cementerio encontró los seis cuerpos juntos en un sitio conocido por El Guanal, entre la avenida Zayas Bazán y la carretera del muelle. Solo les quitaron las esposas en el momento de colocarlos en los ataúdes.