En Cuba se puede vivir bien sin trabajar, solo es cuestión de “encontrarle la vuelta a la cosa”

Luisa del Llano

En Cuba se puede vivir bien sin trabajar, solo es cuestión de "encontrarle la vuelta a la cosa"

En Cuba se puede vivir sin trabajar, porque, con un poco de maña, se va acumulando fortuna.

Un ejemplo: Lázaro no sabe nada de cocina ni de repostería, pero logra producir y vender 30 mini cakes (tartas) al día, dado que logra comprar ilícitamente varios cakes en panaderías estatales a precios comprensibles y, luego de algunos ajustes, revende sus mini tartas a un gran beneficio.

Lázaro quita el merengue de los dulces de la panadería con muchísima cautela, luego divide la masa en cuatro pedazos, añade más almíbar y hasta fruta confitada (cuando se puede). Los reviste con el mismo merengue (que tiñó con gotas de azul de metileno de la farmacia) y voilà, tiene adorables mini cakes.

Pocos cubanos considerarían su negocio una estafa, sino una “estrategia de búsqueda”, pues en Cuba no gana el más inteligente, el más preparado ni el más trabajador, sino el más pícaro y hábil, el que le sepa “coger la vuelta” a la dura situación económica nacional.

Luciano también tiene una mini fábrica en la sala de su vivienda, la que usa para estirar la mantequilla que adquiere de los ganaderos que conoce con abundante agua y sal.

Luciano, como Lázaro y como cualquiera que se dedique a estas turbulentas actividades, trata siempre de justificarse con que la vida en Cuba no es justa, con que el Estado no da permisiones y con que muchos de los productos que se venden en las propias tiendas estatales también están alterados y descompuestos.

La moralidad no es algo de lo que preocuparse cuando las circunstancias imponen miseria y hambre, por lo que ninguno se considera un estafador.

Gisela, vendedora en un agromercado, comenta que las viandas se deben vender con tierra para que pesen más en la báscula, y los granos y vegetales se expenden a menudo con insectos y demás plagas dentro. Los clientes que se den cuenta de la trampa podrán reclamar, pero no se les devolverá ni un centavo ni se le cambiará el producto.

Ella podría ser despedida si cede ante un cliente, y reconoce que la mejor mercancía se guarda en el almacén hasta que la mala se venda por completo (de esa forma, para el momento en que llegue a la tarima, estará podrida también).

Raimundo Vélez, pastor de una iglesia Bautista, opina que, en ocasiones, puede haber un factor de chantaje y el sistema no se va a perjudicar si una persona de la cadena no acepta, por lo que considera que es “la sociedad la que está mal, no las personas de modo individual”. Añade que lo hace porque se lo hacen a él.

Adriana trabajaba como manicuri en una peluquería particular en Centro Habana, y confiese haberse sentido estafada cuando el Gobierno les exigió de vuelta el local que les habían arrendado más de un año atrás, luego de que ella y sus compañeras lo recibieran casi destruido y le hicieran considerables reparaciones para su negocio.

Hace un tiempo se corrió el rumor en la capital de que un conjunto de personas vendían los residuos de grasa de los cadáveres, sustraídos de el incinerador de Guanabacoa, como si fuese manteca de cerdo. Mientras tanto, ni este ni otros bulos han sido desmentidos.

Las atrocidades son muchas, debido a la aparente sensación de desesperación que existe en el país, poniendo como ejemplo el gran número de decesos registrados en el Hospital Psiquiátrico de La Habana hace varios años. El suceso se debió a la oleada de robos y el abusos sostenidos los enfermos por parte del personal que les proporcionaba atención, y no se hizo público si no hubiera sido por la prensa independiente cubana.

Todas las historias convergen en el mismo fenómeno social que los tilda de malhechores cuando los fuerza a valerse por los medios que encuentren a la vez.