Alberto Yarini, un chulo que se convirtió en figura de culto en La Habana

Redacción

Alberto Yarini Ponce de León (1882 – 1910), quien fuera el chulo más famoso de la Isla durante los primeros años del siglo XX, llegó a convertirse después de su muerte en una figura de culto a la que algunos le presentan ofrendas y, hasta le rezan como si de un santo de se tratase.

A pesar que en su familia se destacaban algunos notables profesionales, desde que era tan solo un joven Yarini despuntó como oveja negra y comenzó a frecuentar burdeles y zonas de tolerancia en La Habana, llegando a controlar en poco tiempo a no pocas meretrices.

Su fama de chulo fue creciendo como la espuma, al punto que muy pronto comenzó ser conocido como el Rey de San Isidro, que era como decir el rey de los proxenetas.

Alberto Yarini compartía su aspecto fino y aburguesado con el actuar típico de los barrios marginales

Los contemporáneos del chulo lo describieron como un hombre imponente. No sólo era muy bien parecido y de complexión atlética, sino que vestía de manera impecable, era valiente (en buen cubano, guapo) y, a diferencia de otros proxenetas, había recibido una esmerada educación. Características todas que lo hacían muy atractivo para las mujeres de vida alegre que se derretían por él.

Se convirtió en un habitual de la Acera del Louvre, donde él y sus amigos distinguidos (ninguno de los cuales trabajaba) acudían cada tarde a colocar sillas en la acera para “ver pasar a la gente”, beberse unos tragos, pavonearse luciendo trajes cortados a la medida, hechos con las mejores telas y adornados con yugos, leontinas, botonaduras y pasadores de corbata que valían fortunas, y entregarse a francachelas nocturnas entre gente de baja estofa.

Se levantaba tarde y desayunaba siempre en su hogar de Paula 96. Luego, sacaba a pasear a los perros siempre con el mismo recorrido. Bajaba hasta Picota, doblaba a la derecha y caminaba hasta llegar a la fonda El Cuba. Allí se encontraba a su amigo y mano derecha, Pepe (Pepito) Besterrechea para tomar un mojito, una copa de coñac, o un trago de ginebra. Más tarde, continuaban hasta Compostela para beber ron o cerveza mientras se limpiaba los zapatos.

Aunque Pepe Besterrechea (izquierda) no estaba vinculado de manera directa con el negocio de la prostitución, entabló una entrañable amistad con Alberto Yarini

Tenía Yarini una gran facilidad para socializar y nunca llegó a menospreciar a nadie por su condición social. Algunos aseguraban incluso que, de no haber caído a balazos por un asunto de faldas, hubiera podido incluso llegar a ser presidente de la República.

Sin embargo, Yarini cometió la ofensa más grande que se le puede hacer a un proxeneta, que es arrebatarle a una de sus prostitutas. En el bajo mundo, por cuestiones de hombría y machismo, esa afrenta se paga con la vida y eso el Rey de San Isidro no lo respetó.

Louis Letot era un frances afincado en Cuba que encabezaba el grupo de chulos de sus país que tenian negocios en La Habana. Era tan guapo como Yarini y decía siempre que que vivía de las mujeres, pero que no se dejaba matar por ellas. Al final la misma vida lo obligó a actuar de otra manera y no ser fiel a su doctrina.

En el último viaje de Letot a Europa, a su regreso a Cuba, trajo a una francesa de pequeña estatura, lo más hermoso que se había visto en San Isidro en todos los tiempos, su apelativo era “La Petite Berthe”. Un día cualquiera, aprovechando que el francés andaba de nuevo viajando por el viejo continente a la búsqueda de nuevas mercancías para su negocio de carne, la francesita descubrió a Yarini y sin pensarlo mucho se fue con él.

El 21 de noviembre de 1910 Yarini recibió un mensaje en el que le pedían que se presentará en una de sus accesorias del barrio de San Isidro. A llegar, le esperaba Louis Letot quien sin dar tiempo a nada le disparó con un revólver. Una andanada de tiros se desató, el primero en desplomarse muerto fue el francés, alcanzado por dos mortíferos disparos: uno en el pecho y otro en el medio de la frente. Basterrechea tenía fama como experto tirador y ahora lo había demostrado.

La prensa de la época abordó el asesinato del Alberto Yarini como una tragedia nacional

Desde los techos circundantes y la acera de enfrente, los chulos franceses también habían disparado a Yarini que fue alcanzado por varias balas. Una de ellas le destrozó el hígado y la herida era mortal. El día 22 de noviembre, a las 10:30 de la noche, fallecía en el Hospital de Emergencias el Rey de San Isidro.

Luego de su muerte se convirtió en una leyenda, al punto de ser considerado como una deidad en el mundo de los proxenetas y las meretrices.

Sus devotos llevan a cabos ritos y le hacen peticiones y promesas. En su tumba, en el Cementerio de Colón, no faltan las flores, monedas, jardineras con mensajes de agradecimiento, tabacos y ron.

El culto a Yarini no alcanza las dimensiones de otras figuras que el pueblo venera como santos (por ejemplo, Amelia Goyri, “La Milagrosa”, en el mismo Cementerio de Colón) su legitimación como “muerto luminoso” no puede negarse ante la presencia de un culto que se mantiene a más de un siglo de su muerte.

Tumba de Alberto Yarini en el Cementerio de Colón, en La Habana