El Flora, el ciclón más terrible recordado en la historia de Cuba

Redacción

El Flora, el ciclón más terrible recordado en la historia de Cuba

Fueron tan solo cinco días (del 4 al 8 de octubre de 1963), pero solo eso bastó para desatar tal grado de destrucción que hasta hoy se recuerda aquella tragedia con nombre de mujer: Flora.

“Aquella inesperada marea era una especie de aviso que lo que se nos venía encima era algo diabólico. Casi me ahogo, me tiraron una soga y me halaron”, cuenta María, habitante del entonces barrio de San Rafael.

Con las fuertes lluvias su familia tomó la decisión de dividirse: una parte se fue a casa de uno de los primos de María, y otros a casa de su hermano, Orlando.

“El agua subía por segundos. Parecía como si alguien estuviese echando gigantescos cubos de agua carmelita”, recuerda María.

Sus vientos fuertes y lluvias intensas los ubican dentro de los eventos meteorológicos de mayor envergadura

Transcurrían los primeros días del mes de octubre de 1963, los más angustiosos para muchas familias que como ella, habían tenido que subirse a los techos y hasta las copas de los árboles para poder sobrevivir.

“En el agua se podía ver vacas muertas, caballos, mesas, árboles, todo tipo de cosas. Cuando la lluvia amainó, la inundación fue bajando poco a poco, pero entonces vino lo peor”, añade.

María y los suyos fueron corriendo rápidamente al sitio en que había quedado la otra parte de su familia, pero lo que encontraron fue devastador. El agua había arrancado de cuajo la casa. No quedaba nada. De un solo golpe perdió a sus padres y al resto de su familia.

“Mi padre fue arrastrado cinco kilómetros por la corriente. A pesar de sus 70 años pudo nadar y aguantarse de un árbol, pero murió de frío, su corazón se heló. A mi madre, que no sabía nadar, la encontraron sin vida ese mismo día un poco más adelante. Del resto de mi familia nunca volví a saber”, recuerda.

El saldo de vidas humanas fue de más de 1150 personas a lo largo de los cinco días que duró el fenómeno

La historia de María es tan solo uno de los tantos pasajes de amargura tras el paso de aquel famoso huracán de moderada intensidad que dejó un saldo de casi 1200 personas muertas.

Las torrenciales lluvias (se reportaron 735 milímetros en 24 horas y más de 1 200 en cuatro días), llegaron a desbordar ríos y arroyos. Además, provocaron en el valle del Cauto un devastador océano carmelitoso que llegó a abarcar decenas de kilómetros a la redonda.

Este evento de la naturaleza es, luego de la gran marea de Santa Cruz del Sur (1932), que dejó unos tres mil muertos, la mayor catástrofe natural que recuerde la nación cubana. Durante mucho tiempo se ha comentado que no trajo consigo grandes vientos, pero lo cierto fue que en algunos puntos se reportaron rachas superiores a los 150 kilómetros por hora.

El azote duró justamente 4 días cuando el sistema fue quitado de encima de la isla por la acción del flujo de vientos de una vaguada.

Durante los más de cinco días que duró el nudo del huracán, más de 100.000 personas perdieron todas sus pertenencias, más de 10.000 viviendas fueron arrasadas y unos 175.000 ciudadanos tuvieron que ser evacuados.

Aun cuando los mayores estragos estuvieron localizados en las zonas bajas y en las inmediaciones del Río Cauto, donde se calculan unas 700 víctimas fatales, el ciclón dejó a su paso una ola de devastación en distintos lugares, incluyendo buena parte de la Sierra Maestra.

Del Flora nacieron otras historias que casi parecen haber salido de una película: el minusválido que cruzó las aguas encaramado en un fogón, el niño que salvó la vida gracias al providencial agarre de un majá, la muchacha que dio a luz en una barbacoa y debieron cortar el cordón umbilical con un machete encontrado bajo las aguas, entre otras muchas…

Su salida constituyó un alivio, una experiencia y un recuerdo triste para los cubanos.

Entre las anécdotas más conmovedoras se encuentran las enlazadas con impresionantes actos de solidaridad surgidos en momentos realmente difíciles.

No fueron pocos los que pusieron su vida en riesgo por salvar a otros, que nadaron contra la corriente para salvar a desconocidos y quienes, a pesar de no tener la misma sangre, quedaron unidos como familia de por vida luego de compartir suertes durante varias horas, en las ramas de un árbol.