‘Frikis’, la curiosa y casi desconocida historia de los rockeros cubanos que decidieron autoinfectarse con el SIDA

Luisa del Llano

'Frikis', la curiosa y casi desconocida historia de los rockeros cubanos que decidieron autoinfectarse con el SIDA

A pesar de lo extraño que suene la relación entre los términos ‘Cuba’ y ‘punk’ (género musical) y de las escasas menciones que se le hace a esta en prensa oficial actualmente, los ‘frikis’ son una subcultura conocidísima en el ámbito coloquial desde la década del 80 en La Habana, principalmente.

Cuba no es precisamente un lugar propicio para el surgimiento de subculturas musicales, y mucho menos aquellas con políticas subversivas, por lo que resulta increíble el hecho de que emanara un movimiento de jóvenes identificados con elementos del punk y se diera el fenómeno ‘friki’ que aún persiste, aunque no con tanta fuerza ni con las mismas características de sus fundadores.

No resuena como algo típico de Cuba, ni es muy conocido en el ámbito internacional, pero quién no conoce o ha escuchado hablar de la revolución de las tribus urbanas del parque G de La Habana. Los frikis, los emos y los repas reinaron en dicha avenida por décadas.

Los frikis fueron altamente atosigados por las autoridades del Gobierno y por la población en general por sus gustos y tendencias rebeldes contra el sistema. Todos terminaron totalmente marginalizados por la sociedad.

El punk internacionalmente ha sido confrontacional con una narrativa característica antisistema radical. Atraía lo mismo a anarquistas, nazis, skaters que a góticos, todos con rasgos de aficiones similares (comúnmente, a las versiones más alternativas y contestatarias del rock y rock n’ roll) y códigos de vestimenta un tanto peculiar.

La influencia de grupos musicales como The Phantom y Link Wray esbozaron el estilo y el ideal, los que eran claras oposiciones a las propuestas más populares como Elvis Presley. Ineludibles eran las vocalizaciones frenéticas y agresivas y amalgamas de ritmos caóticos, los que verdaderamente incitaban a la anarquía. Sus violentos instrumentales eran usualmente censurados.

Bandas como The Sonics y Monks, surgidas en la década del 60 bajo la tendencia del garage rock e influenciadas grandemente por The Beatles, fueron la gota que colmó el vaso para desligar totalmente este nuevo rock del rock n’ roll mainstream.

The Stooges, MC5, The Velvet Underground y Pink Fairies fueron los precursores inmediatos del punk como tal, que todavía no estaba solidificado.

Aparecen en la escena al fin, a mediados de los 70, los grupos más característicos del verdadero punk: Patti Smith, The Ramones y The Sex Pistols, con la estética y los temas típicos de dicho (el abuso de sustancias nocivas – alcohol, tabaco, estupefacientes – el suicidio y la frustración y odio al entorno).

Los primeros frikis cubanos se reunían con frecuencia en El Patio de María, uno de los muy pocos locales que recibían a bandas de rock en el país. Pero esta acción fue rápidamente perseguida y reprimida por el Estado.

Es preciso recordar que las autoridades cubanas eran muy poco permisivas durante las primeras décadas de Revolución; la influencia yanqui era “peligrosa” y, por consiguiente, toda música foránea que no fuera de los exponentes abiertamente aliados del sistema cubano, era totalmente prohibida en el país.

La Cuba de los ochenta y los noventa era muchísimo más convencional y conservadora que la de hoy; aquí no se dio el fenómeno de liberación social y moral que se dio en países como España, Estados Unidos y Reino Unido.

El maquillaje, la vestimenta oscura, los peinados estrafalarios y las modificaciones corporales (exceso de piercings, tatuajes y expansiones) hacían que sus miembros fueran arduamente rechazados por la sociedad.

La mayoría de los frikis venían de ambientes marginales y violentos, de familias disfuncionales y problemas mentales (como depresión crónica) que resultaron del rechazo social, de la falta de autoestima y de la incapacidad de sentirse comprendido desde la cuna.

Otros no tenían esos problemas, pero los amigos y los gustos se afiliaban con el movimiento punk cubano.

En la década del 90 se dio el auge del movimiento. El ˝período especial˝ fue un duro golpe para los cubanos, cuando la Unión Soviética colapsó y se llevó consigo la mayor parte de los ingresos de la isla, por lo que el PIB cubano se contrajo en 40% en aquellos primeros años de crisis.

Para muchos frikis, comer más de una vez al día era un milagro y si no era un pan con algo, más. Ante una situación socioeconómica tan frágil, muchos decidieron inyectarse el virus VIH o contraerlo intencionalmente teniendo relaciones sexuales con personas que de forma confirmada ya lo tenían; de esa manera, aseguraban su estancia en sanatorios, lugares que les proporcionaban tres comidas diarias y suficiente calidad de vida.

En dichas instituciones se formaron pequeñas comunidades frikis y en algunas incluso permitían escuchar música punk en la radio. De allí salieron varios exponentes cubanos del género, como Eskoria.

Convergieron entonces elementos culturales y de fuerza mayor: el ímpetu subversivo punk y la desesperación que trae la carencia material.

En la actualidad solo quedan unos pocos frikis, los que se siguen reuniendo en el parque G, y es que muchos murieron por SIDA entre los 90 y los 2000.