Cada vez que cae un aguacero fuerte en la capital, la misma película: calles convertidas en ríos, basura flotando como si fuera decoración y habaneros resignados sacando agua de sus casas con lo que encuentren. ¿Hasta cuándo?
Este martes no fue la excepción. En menos de una hora, Centro Habana, Cerro y zonas del Malecón se vieron más inundadas que nevera en apagón. Las redes sociales ardieron con imágenes de autos medio sumergidos y vecinos con el agua hasta las rodillas dentro de sus propias viviendas. Lo peor es que todos sabemos que esto no es novedad, sino el pan nuestro de cada temporada de lluvias.
El meteorólogo Raydel Ruisánchez reportó acumulados de más de 90 mm en Mariel, pero en La Habana el problema no son solo los números, sino que la ciudad parece un colador gigante. Cada año prometen arreglar el drenaje, cada año llueve fuerte, y cada año terminamos con las mismas fotos de siempre.
Lo más indignante es recordar que en febrero un niño perdió la vida en Luyanó por las inundaciones. ¿Cuántas tragedias más hacen falta para que esto cambie? Mientras, los habaneros siguen improvisando soluciones con cubos y tablas, como si vivir anegados fuera normal.

La verdad duele: Esto no es solo culpa de la lluvia, sino de años de abandono. Cuando el agua se va, también se lleva la esperanza de que alguien arregle el problema de verdad. Y así seguiremos, hasta que la próxima tormenta nos recuerde que aquí el único que se ahoga es el sentido común.
Mientras los habaneros sacaban el agua a cubazos de sus casas, el Instituto de Meteorología advertía que vienen más chubascos. ¿Las soluciones? Las de siempre: esperar a que escampe y rezar para que no se mojen los fusibles.
Lo más triste es que cada vez que esto pasa, las autoridades parecen más perdidas que turista sin mapa en Habana Vieja. Prometen arreglar alcantarillas, pero al próximo aguacero todo vuelve a ser igual.







