En Cuba, tomarse un café ya no es solo una costumbre… es casi un milagro. En Santiago de Cuba, donde históricamente ha sido tierra cafetalera, el plan de producción anda por el piso. Literalmente. Apenas se cumplió el 65 % del plan previsto para febrero. Y eso, con suerte. ¿Resultado? El café brilla por su ausencia, el famoso “¡Hola!” no aparece ni en sueños, y la gente tiene que pagar hasta 200 pesos por una libra en el mercado informal.
Este panorama fue confirmado en la Asamblea Provincial del XIII Congreso de la ANAP, según un reporte del periódico oficialista Sierra Maestra. Allí, las autoridades dijeron mucho de “impulsar sin pausas”, pero la verdad es que el café no se ve ni en la bodega ni en la casa del vecino.
Argelia Castellanos, una abuelita santiaguera de 80 años, lo resumió bien: “Yo he tenido que pagar hasta 40 pesos por un cucuruchito, eso es como media copita de cafetera chiquita. Y eso, cuando se puede”. Con una pensión de 1,525 pesos, tomarse un buchito se vuelve un lujo.
La primera secretaria del Partido en la provincia, Beatriz Johnson, pidió “manos en los cafetos”. Pero el campo necesita más que manos: necesita recursos, pagos al día y gente motivada. Adalgenis González, del Buró Agroalimentario, explicó que aunque hay esfuerzo, los datos no dan. Se proyectaban unas 4,000 toneladas, pero la zafra se quedó corta.
En medio del desastre, algunos santiagueros intentan sobrevivir a la escasez sembrando su propio café. En Contramaestre, don Epifanio de 75 años cultiva su cafetal en el patio. “Aquí la libra vale hasta 200 pesos”, dice. Lo mismo hace doña Adis en el reparto Patricio Lumumba, quien prefiere el café natural y sin químicos. Lo reparte entre hijas y nietos.
Pero por más esfuerzo doméstico, la industria va en picada. Elieser Rodríguez, de la UBPC Los Baños, trata de innovar con apoyo de una estación experimental, pero lo que falta no es ciencia, es gente. Felipe Martínez, de esa estación, lo dijo claro: “el problema no es que no haya café en las plantas, es que no hay quien lo recoja”.
Los recolectores son pocos y los campamentos están abandonados. Ya los estudiantes no participan como antes y las estructuras del “escuela al campo” son ruinas. Mientras tanto, BioCubaCafé S.A. promete duplicar el valor de la lata y exportar más, pero la realidad es que ni en la bodega hay grano para el cubano de a pie.
En San Luis, la caficultora Nidia Calunga con 38 zafras encima, dice que no hay justicia en el pago. “Cualquier cultivo paga más que una lata de café, que cuesta sudor y loma”. ¿El precio más alto que ha recibido? 260 pesos. Y ni hablar de los mandatos sin pagar: muchos campesinos no han cobrado lo entregado.
“Por eso, lo poquito que sale va pa’l mercado informal”, confesó un productor. Y sí, la bancarización tampoco funcionó: sin conectividad ni cajeros en el monte, ¿cómo se supone que cobren?
Al final, la ANAP dice que el problema es multicausal: económico, técnico, social… pero la realidad es una sola: el pueblo sigue esperando el café, y el buchito de la mañana, ese que tanto identifica al cubano, se ha vuelto símbolo del desencanto.