En Artemisa, la pesadilla de las chinches ya no es cosa de cuentos de abuela. La plaga se ha ido regando como pólvora por casas, escuelas, oficinas, almacenes y hasta guaguas, metiéndose en cada rincón sin pedir permiso. Lo más preocupante es que, mientras la gente lidia con colchones en llamas y muebles destrozados, las autoridades sanitarias siguen sin mover ficha en serio.
La cosa está tan fea que han tenido que cerrar centros, suspender clases y fumigar como si no hubiera mañana. Aun así, los insectos regresan con más fuerza, como si se burlaran de todo el esfuerzo. El periódico El Artemiseño lo dejó claro: hay lugares donde, después del tratamiento, los rebrotes aparecen como fantasmas en noche oscura.
Un vecino, con cara de pocos amigos y con la casa oliendo a humo, lo resumió sin pelos en la lengua: “Esto no hay quien lo pare”. Acababa de quemar colchones, libreros y hasta un sillón, mientras maldecía un basurero cercano, lleno de inmundicia y bichos hasta los tuétanos, como el verdadero culpable del desmadre.
Pero desde la Dirección Provincial de Salud, el director de Higiene y Epidemiología, Raimundo Verde Miranda, le bajó el tono al asunto. Según él, las chinches “no son de interés epidemiológico”, porque no transmiten enfermedades como el dengue. Sí, puede que no maten, pero se alimentan de sangre como si fueran vampiros de película barata, y lo hacen sin discriminar entre humanos o animales.
Verde también soltó que estas sabandijas viajan cómodas en ropa, mochilas o en cualquier cosita que se les cruce, y pueden convertir un lugar limpio en una zona de guerra sin dar ni un chance. Incluso admitió que los basureros son “fuentes seguras” de esta invasión, y que lo más que se puede hacer ante las picaduras es aplicarse algún ungüento y, si se complica, ir al médico. Tremendo consuelo, ¿no?
Por otro lado, Marlén Blanco Sánchez, subdirectora de Educación en el municipio, levantó la voz ante el desastre que se vive en la primaria Ramón Mordoche y su anexo para profesores. Las escuelas, situadas justo al lado de un vertedero, están rodeadas por basura, colchones podridos y muebles llenos de chinches, un cóctel perfecto para el caos.
Blanco fue directa: mucha gente, en lugar de acabar con el problema, se lleva los muebles del basurero para sus casas, llevándose también la plaga. Ella insiste en que la solución no es botar por botar, sino quemar lo infestado y eliminar los restos como es debido. De lo contrario, el ciclo se repite y las chinches hacen fiesta.
Así está el panorama en Artemisa: chinches por doquier, autoridades mirando a otro lado y la población quemando lo que puede para sobrevivir a una invasión que ya dejó de ser pasajera. Y mientras no se tomen cartas serias en el asunto, la plaga seguirá avanzando con total impunidad.