A las puertas del Hospital Miguel Enríquez, en La Habana, la escena parte el alma: un hombre mayor, con signos de enfermedad y claramente necesitado, sobrevive en condiciones durísimas, sin amparo de ninguna institución del Estado.
Se trata de Camilo González López, un santaclareño de 63 años que, a pesar de haber trabajado como enfermero durante años, hoy lucha por mantenerse con vida gracias a la solidaridad de desconocidos. Vive literalmente en la entrada del hospital, donde le curan las llagas que tiene en las piernas, pero no lo han ingresado ni le ofrecen un techo.
La denuncia salió a la luz gracias a Yunia Llorente, una ciudadana que decidió no mirar para otro lado. Publicó fotos y videos del estado en que se encuentra Camilo, con un llamado desesperado: “Si alguien en Villa Clara lo conoce, que venga a buscarlo, este señor no puede seguir así”.
El cuadro que se pinta en las redes sociales es fuerte. Camilo necesita urgentemente un lugar limpio y seguro donde poder sanar. Su cuerpo, agotado, refleja el abandono total en el que ha caído, a pesar de haber sido parte del sistema de salud que hoy no le responde.
Lo más triste del caso es que no es un hecho aislado. Historias como la de Camilo se repiten cada vez más en La Habana y otras ciudades del país, dejando al descubierto una grave falla institucional en la atención a los adultos mayores y personas en situación de calle, sobre todo cuando están enfermos.
Aunque recibe algunas curas en el hospital, Camilo no tiene cama ni habitación. Su día a día transcurre en plena calle, dependiendo del buen corazón de los que pasan y se detienen a darle algo. Comida, agua, unas palabras de aliento… cualquier gesto se vuelve esencial.
Camilo no es un vagabundo cualquiera. Es un exprofesional de la salud. Un hombre que sirvió en hospitales, que curó a otros, y que ahora no tiene quién lo cure a él.
El abandono estatal, la falta de protocolos claros y el deterioro del sistema social se sienten más crudos cuando se personalizan en historias como esta, que sacuden las redes y dejan una pregunta flotando en el aire: ¿quién responde por Camilo?
Mientras tanto, él sigue ahí, esperando. Esperando que alguien se acuerde de que también fue útil. Que también dio lo mejor de sí por los demás. Y que hoy, simplemente, necesita que no lo dejen morir solo en una acera.