El nombre de Samuel Claxton vuelve a resonar fuerte en Cuba, pero esta vez no por un nuevo papel en la televisión o en el teatro, sino por algo mucho más doloroso: la lucha diaria por sobrevivir con dignidad, en medio de la enfermedad y el olvido.
A sus 82 años, este maestro de la escena nacional, con más de medio siglo entregado al arte, está pasando uno de los capítulos más duros de su vida. Operado de un carcinoma en la vejiga y viviendo con una nefrostomía, necesita a diario insumos médicos básicos como sondas y bolsas colectoras, cosas que en otro país serían garantizadas por el sistema de salud, pero que en Cuba parecen un lujo inalcanzable.
No recibe ayuda de ninguna institución oficial. Ni una gota.
Quien encendió la alarma fue Libia Batista, directora de casting, que lo visitó junto a una amiga y salió con el corazón en la mano. En redes, hizo un llamado urgente para recolectar sondas de los tamaños 16, 18 y 20, además de bolsas recolectoras, que son vitales para que Claxton pueda mantenerse con algo de bienestar en casa.
Y como pasa cuando el pueblo se activa, las respuestas no se hicieron esperar.
Uno de los que dio el paso al frente fue un vecino conocido como Alexander Gestor de Alojamientos, quien compartió su experiencia en el grupo de Facebook «Alamar el barrio». Contó que, movido por la historia, fue personalmente a ver a Claxton y le llevó no solo las sondas, sino también comida: bolsas de leche, pasta de bocadito y un racimo de plátanos.
“No es mucho, pero poquito a poquito se puede”, escribió Alexander con humildad, prometiendo que seguirá ayudando mientras pueda.
Junto a su publicación, dejó la dirección del actor para quien desee colaborar directamente: Edificio C-28, Apto 9, Zona 6 de Alamar. Teléfono: 77 65 20 61.
Las reacciones no se hicieron esperar. Desde todas partes de Cuba y del exilio, comenzaron a llegar mensajes de apoyo, promesas de donaciones y recuerdos entrañables de Claxton. “Lo ayudé a cargar un refrigerador en el 87, y ahora lo vuelvo a ayudar”, contó un señor conmovido. Otra mujer dijo: “Tengo una sonda 18 y una bolsa colectora. Se las dono sin pensarlo. Ojalá tuviera más para darle”.
Pero junto al cariño, también brotó la indignación.
¿Cómo es posible que una figura como Samuel Claxton tenga que depender de la caridad para vivir? Muchos usuarios se lanzaron con todo contra el abandono institucional, cuestionando el papel de entidades como el Ministerio de Cultura o la UNEAC, que suelen aparecer solo para repartir medallas… después que los artistas ya no están vivos.
“Lo mínimo que debería tener es acceso garantizado a sus insumos médicos. ¡Lo mínimo!”, se lee en uno de los comentarios que ha sido compartido cientos de veces.
En medio de todo este movimiento, plataformas como Cubaactores y artistas como Yaneisy Sánchez se sumaron al pedido de ayuda, amplificando la voz de quienes claman por un trato más humano para aquellos que lo dieron todo en los escenarios del país.
La situación de Claxton no es única. Cada vez son más los artistas retirados que enfrentan el deterioro físico y económico sin respaldo oficial y con la única red de salvación que les queda: su pueblo.
Claxton, nacido en Camagüey en 1943, es parte viva de la historia del arte cubano. Su inolvidable personaje de Mantilla en «Su propia guerra» quedó grabado en la memoria colectiva. También dejó huella en películas como «En 3 y 2», «La última cena» o «Retrato de Teresa», y brilló en obras teatrales como «María Antonia» y «Santa Camila de La Habana Vieja».
Y sin embargo, hoy sobrevive gracias a lo que otros le donan, sin pensión digna, sin atención estatal, sin más techo que el que construyó con su talento y esfuerzo.
¿Hasta cuándo seguirá ocurriendo esto?
¿Hasta cuándo la dignidad de nuestros artistas dependerá del esfuerzo voluntario de la gente común, mientras los organismos oficiales miran para otro lado?
Por ahora, en Alamar, la solidaridad ha hecho lo que el sistema no pudo o no quiso hacer: darle a Samuel Claxton un respiro, un gesto de humanidad, una muestra de que su arte sigue vivo en la memoria del pueblo cubano.