La provincia de Granma está a punto de reventar de mangos, pero también de preocupaciones. La nueva campaña, que arranca en mayo y se extiende hasta agosto, promete una avalancha de fruta. Pero si algo ya se huele en el ambiente, además del dulce aroma del mango maduro, es el tufillo a improvisación, pérdida y falta de planificación.
El propio Rogelio Solano Socarrás, jefe del departamento de comercialización agrícola en la provincia, reconoció que el sistema no da abasto. Aunque esperan recoger entre 25,000 y 30,000 toneladas de mango —más que el año pasado—, todo apunta a que durante el pico de maduración, entre el 15 de mayo y el 10 de junio, la logística va a quedar en talla chica.
¿El principal cuello de botella? La industria alimentaria, que apenas puede procesar unas 5,000 toneladas. De ese total, solo 1,000 están destinadas a compotas para los más chiquitos. O sea, ni un 20 % de la fruta tiene garantizado un destino claro. El resto… bueno, probablemente termine como en años anteriores: podrido bajo el sol, mientras el pueblo sigue sin comida en la mesa.
Según datos preliminares, la provincia necesita canalizar unas 15,000 toneladas hacia fábricas, minindustrias, mercados agropecuarios, puntos de venta, turismo y consumo social. Pero en medio de la crisis crónica de combustible, mover esos mangos desde zonas productoras como Bartolomé Masó, Buey Arriba o Guisa es, literalmente, un rompecabezas con piezas faltantes.
“Estamos fajados buscando a dónde meter tanto mango para que no se pierda”, dijo Solano, quien asegura que se están reorganizando los puntos de acopio y buscando alternativas para transportar la fruta. ¿Cuáles alternativas? Nadie sabe. Lo cierto es que la fruta se madura, pero la estrategia… no tanto.
También se mencionaron “medidas” para el sistema empresarial que, en teoría, motivan más a los productores. Pero otra vez, ni una palabra sobre pagos justos, acceso a insumos o incentivos reales. Temas que han sido piedras en el zapato en cosechas anteriores y que, si no se resuelven, terminan con toneladas de fruta descomponiéndose sin pena ni gloria.
La idea de llevar mango a precios accesibles a hospitales, escuelas y centros sociales suena bonita, pero todavía no se dice cómo se hará ni cuánta fruta llegará realmente a la gente. Se habla de mantener abiertos puntos de venta dentro de las propias fábricas y usar “otras vías” para acercar el mango a las comunidades. Pero todo eso depende, una vez más, de variables que ni el gobierno logra controlar.
Y mientras el discurso oficial se llena la boca hablando de “soberanía alimentaria” y de sembrar en patios, solares y azoteas, el campo cubano sigue viendo cómo se pudren los frutos del esfuerzo por culpa de la burocracia y la ineficiencia estatal.
No es la falta de mangos, es la falta de sistema. Un sistema que cada año repite el mismo error, dejando toneladas de fruta a merced del sol, a veces incluso frente a las narices de las fábricas, sin que nadie mueva un dedo para distribuirlos o venderlos.
Eso sí, la culpa —según las autoridades— recae siempre en lo mismo: la falta de combustible, la escasez de recursos… pero nunca en los que dirigen mal. Y así, en medio de tanto mango y tanta carencia, el pueblo sigue tragando seco.