En pleno corazón de Santiago de Cuba, donde las calles coloniales todavía cuentan historias, se vive una realidad que golpea fuerte: ancianos durmiendo en portales y aceras, tirados en cartones o directamente sobre el concreto, intentando cobrar sus chequeras de jubilación. Todo esto en medio de una crisis de efectivo que tiene al sistema bancario de la isla patas arriba.
Las fotos que le están dando la vuelta a las redes fueron compartidas por el periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada, y muestran una imagen dura de digerir: personas mayores acostadas en plena calle Enramadas, muy cerca de puntos emblemáticos como La Bodeguita del Medio y el Parque Céspedes. Una escena que, más allá de lo visual, grita abandono.
El calvario de cobrar una pensión en Cuba
No es un caso aislado. Desde hace meses, miles de jubilados en toda la isla viven el mismo viacrucis: hacer colas desde la madrugada para intentar sacar un dinerito que apenas alcanza para subsistir. En muchos casos, estas pensiones no superan los 1,528 pesos cubanos, cifra que se deshace como hielo bajo el sol frente a los precios del mercado informal.
La escasez de efectivo en los cajeros automáticos y los constantes fallos del sistema de bancarización forzada por el gobierno solo empeoran las cosas. Aunque desde el Banco Central de Cuba insisten en que “sí hay dinero”, la realidad que viven los abuelos en la calle dice lo contrario.
Cajeros vacíos, colas eternas, coleros buscando negocio, y abuelitos arriesgando su salud por unos pesos. Esa es la verdadera postal cubana de estos días. Y en Santiago, que ya venía reportando problemas similares desde agosto de 2024, todo ha ido de mal en peor.
Del retiro al rebusque callejero
Y mientras los que pueden hacen cola en los bancos, otros miles de ancianos están en las calles vendiendo lo que aparezca para sobrevivir. Una investigación publicada por el periódico oficialista Girón retrata con crudeza lo que muchos prefieren ignorar: la vejez en Cuba no es sinónimo de descanso, sino de lucha diaria.
Bajo el sol sofocante de Matanzas, hombres y mujeres que en otro tiempo fueron ingenieros, administradores o técnicos calificados, hoy venden cigarros sueltos, polvorones, jabas o frutas en las esquinas. Con 80 años a cuestas y la pensión mínima como única entrada fija, la mayoría no tiene más opción que seguir trabajando… como puedan.
Uno de los testimonios más duros es el de un exingeniero mecánico de 85 años, que se levanta cada día a las siete de la mañana para vender en la calle hasta las tres de la tarde. Y todo por apenas 1,628 pesos al mes. Otro ejemplo, Jorge Isidro Herrera, quien trabajó durante 45 años en la industria azucarera, vende cigarros en una esquina con una pensión de 1,500 pesos.
Y ni hablar del técnico en turbinas que ahora sobrevive vendiendo polvorones a diez pesos cada uno. “A duras penas saco algo para el arroz y un poco de aceite”, cuenta, con resignación y cansancio en la mirada. El mismo cansancio que también lleva Gustavo Pedro, exadministrador de casillas, quien confiesa que junto a su esposa vive “como se puede”, estirando los pesos hasta donde den.
Un sistema que prometió dignidad y entrega precariedad
Las redes sociales no se han quedado calladas. Han explotado con videos que muestran situaciones tan absurdas como desgarradoras: una anciana que gastó toda su pensión en un solo pomo de aceite, un profesor retirado en Holguín que recoge latas para sobrevivir, o una joven que enseña la mísera compra que su tía jubilada logró hacer con su pensión: apenas alcanza para dos días de comida.
Y aunque desde el gobierno repiten como un mantra que “nadie quedará desprotegido”, los números son otra cosa. Según datos oficiales de octubre de 2024, más del 39% de los jubilados sobrevive con la pensión mínima, unos cinco dólares al cambio informal. Y por si fuera poco, la desaparición del Instituto Nacional de Seguridad Social y la entrega de sus funciones a los gobiernos provinciales solo han empeorado la situación.
Una promesa rota
Lo que estamos viendo no es solo el resultado de una crisis económica. Es el reflejo de una promesa rota, de un sistema que aseguró amparo para sus trabajadores, pero que ahora los empuja a la calle a buscar lo que les negó tras toda una vida de esfuerzo.
Mientras tanto, el discurso oficialista sigue celebrando logros invisibles y negando lo evidente. Pero las imágenes de los abuelos en portales, los testimonios desesperados y las historias que brotan desde cada rincón de Cuba no se pueden esconder bajo ninguna alfombra.