Después de años lejos del foco público, Armando Campuzano regresó con todo y se sentó a conversar con el youtuber Darwin Santana, en una entrevista que ha dejado a medio mundo con la boca abierta. Desde su exilio en Canadá, el excomentarista deportivo cubano sacó a relucir verdades incómodas sobre el mundillo de la televisión estatal y no se guardó nada cuando le tocó hablar de la dictadura ni de sus antiguos colegas.
“Estuve dos días metido en un calabozo”, confesó sin rodeos, recordando el incidente que lo empujó a dejarlo todo atrás. Contó que vivió de cerca la represión y la censura, y que ese ambiente cargado de desconfianza fue lo que lo llevó a dar el paso definitivo. Pero lo que realmente encendió las redes fue su opinión sobre un viejo conocido: Rodolfo García, una figura con tanto poder en los medios cubanos como polémica a su alrededor.
“Te falta una para el póker, Rodolfo las tiene todas”, respondió entre risas cuando Darwin, sin pelos en la lengua, describió a García como “oportunista, chivato, informante y traicionero”. Y ahí empezó el recuento de una amistad que pasó de ser entrañable a una historia de traiciones al mejor estilo de novela cubana.
Campuzano no escatimó detalles. Recordó que, en sus años mozos, Rodolfo fue casi un hermano. “Ese hombre fue testigo de mi boda”, dijo, rememorando los tiempos en que la confianza entre ambos era total. Pero todo cambió cuando el juego de poder en la televisión entró en escena.
“Cuando llegué a la televisión, vi cómo se transformó. Se volvió todo lo que dijiste: un tipo calculador, manipulador, y capaz de clavarte una puñalada sin pestañear”, comentó con una mezcla de decepción y resignación. Por un tiempo trató de convencerse de que no era él quien estaba detrás de las jugadas sucias, pero su esposa fue quien le abrió los ojos.
“Fue ella quien me dijo que ya yo no tenía que agradecerle nada”, confesó. A partir de ahí, entendió que la amistad con Rodolfo se había ido por el tragante.
El estilo de García, según cuenta Campuzano, era el clásico “divide y vencerás”, usado con maña para tener el sartén por el mango. Sin ocupar ningún cargo formal, se metía en las decisiones más importantes, como quién viajaba al extranjero o quién narraba qué evento deportivo.
“Rodolfo era el que picaba el cake, sin ser jefe de nada”, aseguró. Las decisiones no se tomaban en reuniones formales, sino entre tragos de ron al final de una transmisión, cuando los jefes se relajaban y él aprovechaba para mover sus fichas. Así se armaban los equipos de narradores, y Campuzano casi siempre quedaba fuera.
“Yo me enteraba por comentarios, cuando alguien preguntaba por qué no lo habían escogido. A mí nunca me invitaron a esas reuniones”, confesó, con la amargura de quien sabe que el talento no basta cuando el juego es otro.
Mientras muchos jóvenes periodistas se pegaban a Rodolfo buscando ganarse una plaza o un viajecito, Campuzano eligió otro camino: el de la dignidad, aunque eso le costara caro. Lo respetó como narrador, sí, pero como persona, no tenía nada más que decir. “Una cosa es ser bueno en tu trabajo, y otra muy distinta es ser decente”, afirmó con contundencia.
“En la televisión cubana no hay amigos”, zanjó. Para él, el sistema se encargó de crear un entorno donde la traición se premiaba más que el talento o la lealtad. Dijo que contaba con los dedos de una mano a sus verdaderos amigos del medio, y la mayoría ya ni vive en Cuba ni trabaja en la televisión. Gente rebelde, como él, que no se adaptó a ese desastre de sistema y fue borrada del mapa.
Campuzano rompió el silencio para dejar claro que, en los medios estatales cubanos, la amistad es un lujo que no sobrevive a la ambición y al miedo. Una historia más que refleja cómo el poder, cuando se reparte entre pasillos oscuros y copas a escondidas, termina corrompiendo hasta las relaciones más sinceras.
¿Será esta la primera de muchas verdades que empiecen a salir a flote?
