Pinar del Río vuelve a encender las alarmas. Un incendio forestal de proporciones gigantescas arrasó durante varios días con áreas boscosas en tres municipios del occidente cubano: San Juan y Martínez, Minas de Matahambre y Guane. Las llamas, que no dieron tregua, dejaron tras de sí más de 2,500 hectáreas calcinadas, según estimaciones preliminares del Cuerpo de Guardabosques (CGB) y el sistema de la Agricultura.
Aunque ya el fuego está controlado, la magnitud del desastre ha dejado una huella difícil de ignorar. Este 2025 se perfila como uno de los años más duros para el patrimonio forestal de Vueltabajo, con 84 incendios registrados y cerca de 7,000 hectáreas afectadas en lo que va de calendario.
El teniente coronel Alexander Pereda Burón, quien dirige el CGB en la zona, no se anduvo con rodeos al describir la situación: “Fue grande, duro y complicado”, soltó con la voz de quien ha visto muchas, pero nunca una así. Según cuenta, el fuego comenzó en un paraje conocido como El Aserrín, en San Juan y Martínez, y de ahí salió desbocado rumbo a La Capitana, El Yayal, Bolondrón y Cayo Bonito. “Tuvimos que abrir trochas de este a oeste para poder frenarlo”, añadió.
Las condiciones no pudieron ser más adversas: una sequía implacable, calor pegajoso de sol rajado y vientos que cargaban las chispas como si fueran mensajes de fuego de un cerro al otro. “Ha hecho tanto aire y calor que parecía que el fuego tenía alas”, dijo Pereda Burón, visiblemente impactado. “Esto no lo había visto nunca así, tan seguido y tan fuerte.”
Aunque para este año el Cuerpo de Guardabosques había previsto entre 85 y 105 incendios forestales, nadie se imaginaba un daño tan brutal como el que se ha acumulado en apenas unos meses. Solo en las últimas tres semanas, hasta siete fuegos estuvieron activos al mismo tiempo en Pinar del Río, un récord nada envidiable.
Y lo peor es que la mayoría de estos incendios no son culpa de la naturaleza. Según datos del propio CGB, el 90% se debe a la mano del hombre, ya sea por descuidos, imprudencias o simple falta de conciencia. Como quien dice, estamos quemando nuestros propios montes con nuestras propias manos.
Con un panorama así, toca preguntarse si bastarán las brigadas y los helicópteros, o si habrá que apagar también la costumbre de prender fuego donde no se debe. Porque al final, el monte no se defiende solo, y cada hectárea perdida cuesta mucho más de lo que parece.