Heidy Sánchez, una madre cubana con el corazón partido, está viviendo una verdadera pesadilla tras ser deportada de Estados Unidos y separada brutalmente de su bebita de 17 meses, que quedó en Tampa al cuidado de su padre. La imagen de Heidy, con el teléfono en la mano y la frente apoyada contra una puerta, se ha vuelto el símbolo de una tragedia migratoria que no distingue lágrimas ni razones.
Esta historia no es una más. Es una de esas que te aprietan el pecho, de esas que duelen hasta en los huesos. La política migratoria que comenzó con fuerza bajo el gobierno de Donald Trump sigue dejando un reguero de familias partidas, y el caso de Heidy ha puesto rostro humano a esa maquinaria fría y legalista.
“Me estás quitando mi vida”, le dijo al medio EFE, entre la rabia y la desesperación. Y no exagera. Porque su historia arranca en 2019, cuando escapó de Cuba tras años de intentos frustrados por quedar embarazada, buscando en suelo americano el sueño de formar una familia. Después de un viaje peligroso desde Nicaragua, logró llegar, pero fue atrapada por el Programa de Protección al Migrante (MPP), una política que convirtió a muchos migrantes en fichas de un ajedrez burocrático.
Heidy fue víctima de una jugada sucia. Mientras trabajaba, la llamaron un lunes para decirle que su cita migratoria había sido adelantada para el día siguiente. Sin tiempo para organizarse, rogó por una solución, pero no hubo espacio para la comprensión. Al llegar, la encerraron junto a su abogada, quien presentó toda la documentación posible: antecedentes médicos, vínculos familiares, razones de peso para no ser deportada. Pero el agente del ICE fue claro: “Eso ya no sirve, ya está decidido”.
Así, sin más, Heidy fue devuelta a Cuba. Y su hija, ciudadana estadounidense, quedó allá, sin su madre, esperando que regrese del trabajo, sin saber que la realidad es mucho más cruel. “Me la arrancaron de los brazos”, confesó Heidy a OnCuba, con la voz quebrada. “Y lo peor es que ella aún cree que voy a regresar como si nada”.
Su historia ya ha traspasado fronteras y ha tocado a medios como CNN, NBC, The Guardian y El País, que han denunciado la falta de humanidad en este tipo de decisiones. Porque no se trata solo de papeles ni de sellos, se trata de bebés separados de sus madres, de familias hechas pedazos por protocolos que no contemplan el dolor.
Desde la Isla, Heidy vive con el alma partida. “Me trataron como si no tuviera ningún vínculo. Pero mi hija está allá, mi historia está allá… y yo aquí, sin vida”, lamenta. Su caso es uno más entre tantos afectados por el endurecimiento de la política migratoria impulsada por los sectores más radicales del movimiento MAGA, que no titubean en aplicar medidas como el Título 42, el MPP y las deportaciones exprés, sin mirar atrás.
Pero no todo está perdido. En Tampa, su esposo Carlos Yuniel Valle sigue luchando. La congresista demócrata Kathy Castor, representante del distrito 14, ya se reunió con él para conocer de cerca la situación. “Estamos haciendo todo lo posible para reunir a esta familia”, escribió en Instagram. “La administración anterior separó familias como esta por razones políticas, y aún estamos esperando una explicación de la Casa Blanca sobre estas acciones ilegales”.
Hoy, Carlos tiene a su hija en brazos, pero el corazón en pausa. Su esposa está a poco más de 100 millas de distancia, y aún así, la brecha que los separa parece abismal. Una frontera impuesta no solo por el mar, sino por un sistema que, muchas veces, olvida que detrás de cada número migratorio hay una vida, un rostro, una historia que merece ser escuchada.
