¡Habemus Papam! En la cuarta votación del cónclave, finalmente se alzó la famosa fumata blanca desde la chimenea de la Capilla Sixtina, marcando el fin de la espera: la Iglesia Católica ya tiene nuevo líder espiritual. Después de que las primeras rondas —tanto la del miércoles en la tarde como la del jueves por la mañana— terminaran en humo negro, sin que nadie alcanzara los 89 votos necesarios, el Vaticano pudo anunciar al mundo la gran noticia.
Cuando ese humo blanco se eleva, no hay dudas: el cónclave ha tomado su decisión. El corazón de millones late más rápido y todas las miradas se clavan en el balcón de San Pedro. Pero, antes de ese momento mágico en que el nuevo Papa saluda por primera vez, se vive un ritual tan antiguo como solemne, lleno de simbolismos y protocolos que parecen sacados de otro siglo… y que siguen tan vigentes como siempre.
Una vez que el elegido logra la mayoría de dos tercios entre los cardenales electores, se cierran las puertas de la Capilla Sixtina y comienza una ceremonia tan íntima como impactante. El decano del Colegio Cardenalicio —o quien lo reemplace si no está presente— se acerca al nuevo Papa y le lanza la gran pregunta, esa que se ha hecho tantas veces en la historia, pero siempre con el mismo peso: ¿Aceptas ser el Sumo Pontífice?
Si la respuesta es sí, llega la segunda cuestión: ¿Con qué nombre quieres que te conozca el mundo? Ahí es donde el elegido revela el nombre papal con el que marcará su tiempo en la historia. No hay espacio para improvisar. Cada elección lleva consigo una intención, una declaración de principios.
Después de aceptar el cargo, el nuevo Papa se dirige a la llamada “sala de las lágrimas”, un lugar pequeño y discreto justo al lado de la Capilla. Allí, se toma un momento para respirar, para pensar, quizás para dejar caer alguna lágrima si el peso del momento lo abruma. También es donde se viste, por primera vez, con la icónica sotana blanca. Hay tres tallas listas, esperando por él.
Con su nueva vestimenta, vuelve ante los cardenales, que lo reciben con aplausos y respeto. Es el momento de las reverencias, de la obediencia solemne, de confirmar que ese hombre ahora lleva sobre sus hombros una responsabilidad gigantesca.
Y luego, el mundo contiene la respiración. El protocolo se mueve hacia el exterior. El Protodiácono aparece en el balcón central de la Basílica de San Pedro y suelta las palabras que estremecen el alma de millones de fieles: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam!”
Acto seguido, se revela el nombre civil del nuevo Pontífice, su antiguo rol como cardenal y el nombre papal que ha elegido. Poco después, el nuevo Papa se asoma por primera vez ante la multitud, lanza un saludo y bendice a Roma y al mundo con la tradicional Urbi et Orbi. En ese instante, el Vaticano no solo escribe una nueva página de su historia, sino que todo el planeta lo siente.
Ha sido un cónclave muy rápido, como ocurrió con el de Benedicto XVI en 2005, de cuatro votaciones. Con una votación menos que el de 2013, que eligió a Francisco. Ahora pasarán entre 45 minutos y una hora hasta que el nuevo Papa aparezca en el balcón De San Pedro.
