La historia de Alían Méndez Aguilar no es solo una noticia más. Es el retrato de una familia rota por las decisiones migratorias que, aunque parezcan burocráticas, terminan hiriendo a carne viva. Este joven cubano de 28 años fue deportado a Cuba el pasado 24 de abril, dejando atrás en North Miami a su esposa, sus dos hijos y una vida que estaba construyendo con amor y esfuerzo.
La noticia la soltó el periodista Javier Díaz y desde entonces el caso ha tocado fibras muy sensibles. Alían no solo es papá de una niña pequeña de tres años, sino también el principal apoyo para el hijo mayor de su esposa, un niño con discapacidad física y mental severa, que necesita cuidados constantes.
Liyian Páez, su esposa y ciudadana cubanoamericana, ha contado entre lágrimas que su hija quedó totalmente descolocada. “Cada vez que ve a un papá recogiendo a su hija, rompe a llorar y me pregunta por el suyo. No entiende por qué papi ya no está”, confesó con un nudo en la garganta.
Ella, que en su momento fue seguidora de Trump, dice sentirse traicionada por la actual política migratoria. “Pensé que iban a sacar solo a delincuentes”, expresó con rabia contenida. Asegura que su esposo no tiene antecedentes y que fue arrestado durante una entrevista de rutina del proceso migratorio. “Somos gente de bien, trabajadores, que solo queremos estar juntos”, dijo al periodista Díaz.
Después de la deportación, Liyian se montó en un avión con su niña rumbo a Cuba para que pudiera ver a su papá. El reencuentro fue emotivo, aunque cargado de confusión. “La niña lo abrazaba, lo besaba, decía ‘papi, papi’… como si el tiempo no hubiese pasado. Pero ella no entiende por qué no puede estar con él todos los días”, explicó.
La historia de Alían tiene más vueltas que un trompo. Llegó a Estados Unidos en 2019 y, aunque recibió una orden de deportación en 2020, esta no se ejecutó de inmediato porque el gobierno cubano no lo quiso recibir. Al pasar los 90 días legales sin que su regreso se concretara, fue liberado bajo supervisión y empezó a rehacer su vida: trabajo, familia, rutina. Todo sin meterse en líos ni romper un plato.
Pero ahora, desde Cuba, le toca empezar de cero otra vez. Ha pedido ayuda legal, aunque sabe que el camino para regresar será largo, con trámites complicados y hasta dos perdones migratorios de por medio. Mientras tanto, su esposa se mueve como puede, tocando las puertas de senadores y congresistas, buscando una forma de reunir a su familia.
La realidad es que el sistema migratorio de Estados Unidos está cada vez más estricto, y muchos cubanos como Alían están cayendo en ese limbo donde las leyes pesan más que los afectos. Lo más duro no ha sido la expulsión en sí, sino la pérdida de los momentos cotidianos, el dolor del niño con necesidades especiales, y la inocencia rota de una niña que no comprende la ausencia de su papá.
En medio de este panorama, el expresidente Donald Trump ha lanzado una propuesta que ha dado de qué hablar: 1,000 dólares para cada inmigrante indocumentado que se “autodeporte” de forma voluntaria. Según el Departamento de Seguridad Nacional, se trata de una “salida digna” que permitiría a las personas resolver sus asuntos y evitar ser detenidas por ICE.
Trump aseguró que si alguien “bueno” decide acogerse al programa y regresar por su cuenta, su gobierno buscará facilitarle el retorno legal más adelante. “Vamos a conseguirles un vuelo hermoso de regreso y, si creemos que son la clase de gente que queremos en este país, podrán volver por la puerta ancha”, declaró. Pero también fue tajante: quien no se acoja, será expulsado sin opción de regresar.
Desde que arrancó este segundo mandato, las políticas migratorias se han endurecido bastante. Según ICE, más de 65,000 inmigrantes han sido deportados, y aunque el 75 % tenía antecedentes penales graves, casos como el de Alían dejan claro que las estadísticas no cuentan historias, ni abrazos, ni despedidas con lágrimas.
Hoy, la familia de Alían vive entre el desarraigo y la esperanza. No saben cuánto tiempo durará esta separación, pero tienen claro que lo que más desean no es un permiso ni un proceso aprobado… sino volver a estar juntos. Porque cuando se rompe un hogar por decisiones ajenas, lo que se pierde es mucho más que un estatus migratorio. ¿Quién le explica eso a una niña de tres años?