Mientras la mayoría de los cubanos anda haciendo piruetas para conseguir algo de arroz o una pastilla para el dolor, Miguel Díaz-Canel se da la gran vida por el mundo, como si no tuviera a cuestas una isla en ruinas. La más reciente parada en su tour internacional fue Moscú, donde no solo reforzó su devoción por Putin, sino que se dejó ver con lujos que harían sonrojar hasta a un jeque árabe.
Sí, el mismísimo hombre que llama a “resistir creativamente” apareció en Rusia luciendo un Rolex GMT-Master II «Batman», una joyita suiza que no baja de los 14 mil euros, y una corbata Hermès de seda francesa que cuesta lo mismo que un año de salario de un médico en Cuba. Y todo eso mientras el pueblo lidia con apagones de 20 horas y colas de seis para comprar un pan.
En las fotos que llegaron desde la Plaza Roja, se ve a Díaz-Canel con el famoso reloj de acero y cerámica en la muñeca, pieza adorada por coleccionistas del primer mundo. A su lado, la siempre presente Lis Cuesta, que aunque no tenga título oficial de primera dama, se comporta como si fuera la reina de Miramar, también vestía modelitos de alto quilate que despertaron la crítica feroz de los cubanos en redes sociales.
Las reacciones no se hicieron esperar. “Mientras el pueblo se apaga, ellos brillan con Rolex y Hermès”, soltó un usuario en X (antes Twitter), compartiendo las imágenes del dúo presidencial como si fueran portada de una revista de lujo.
Y claro, con todo este despliegue de glamour, la pregunta que se repite como un eco es: de dónde sale la plata. El salario oficial del presidente cubano, si es que existe tal cosa de forma pública y transparente, no da ni para comprar la etiqueta de la corbata. Entonces, ¿son regalos? Y si lo son, ¿de quién? ¿Y por qué?
En países donde se respeta algo llamado transparencia, como España, los funcionarios tienen prohibido aceptar regalos de alto valor para evitar corrupciones disfrazadas. Pero en Cuba, donde el poder no rinde cuentas ni por costumbre, los lujos se lucen sin remordimiento, como si ser dirigente te diera derecho automático a un catálogo de alta gama.
Lis Cuesta, que pasó de trabajar en Cultura a figurar en cada acto internacional, no se queda atrás. Su estilo de vestir parece salido de un desfile en París, aunque a veces el gusto no acompaña el precio. La han captado con relojes caros, accesorios finos y ese aire de quien nunca ha tenido que decidir entre jabón o leche para sus hijos, como hacen miles de cubanas cada mes.
En marzo, la funcionaria soltó que “a las mujeres cubanas nos viene bien resistir y avanzar”. Pero claro, cuando se resiste en tacones y se avanza en jets privados, es más fácil hablar de sacrificios.
Y por si faltaba alguien en esta novela de privilegios, aparece el hijastro Manuel Anido Cuesta, que se mueve entre Madrid y los brazos de Ana de Armas. Vive como influencer, entre cenas elegantes y fotos con paisajes de película, bien lejos de las penurias que su padrastro gobierna en la Isla. Su vida es todo lo que la propaganda del régimen critica, pero en versión “revolucionaria”.
Lo más triste es que todo este espectáculo se da mientras Cuba se cae a pedazos. Hospitales sin recursos, transporte en coma, apagones eternos y una economía que ya ni arrastra, sino que se entierra sola. En ese panorama, ver a Díaz-Canel firmando acuerdos con un bolígrafo Montblanc o luciendo un Rolex de acero y cerámica, es como una cachetada de lujo en plena cara del hambre.
Y no, esto no es un caso aislado. La élite cubana ha hecho de la ostentación su sello. Ya ni se esconden. Muestran sus relojes, sus trajes y sus recepciones palaciegas como si fuera lo normal. La “imagen presidencial” que intentan vender parece más sacada de una telenovela sobre monarquías tropicales que de un gobierno del pueblo.
Cada vez que Díaz-Canel se ajusta su corbata Hermès y mira la hora en su Rolex, el mensaje queda clarito: hay quienes mandan, hay quienes obedecen… y hay quienes pagan la cuenta de todo este teatro.
