La Habana se llenó de colores, música y consignas este sábado durante una conga organizada como parte de las Jornadas Cubanas contra la Homofobia y la Transfobia. Aunque el ambiente fue festivo, no faltaron las tensiones ni las contradicciones que rodean estos eventos impulsados por el oficialismo.
A pocos pasos del malecón, Mariela Castro Espín, al frente del CENESEX e hija del general Raúl Castro, encabezó la marcha que reunió a varios cientos de personas. Con pancartas que decían “Socialismo sí, transfobia no” y “Cuba es amor”, la caminata fue más que una celebración: fue también una reafirmación política bien alineada con el discurso del Gobierno.
Según medios oficialistas como Cubadebate, el evento ocurre justo cuando la Asamblea Nacional está por debatir un nuevo proyecto de Ley de Registro Civil. Esta norma, de aprobarse, permitiría que las personas trans puedan cambiar el género en sus documentos sin necesidad de cirugía ni orden judicial, algo que sería un paso técnico importante en el contexto legal cubano.
Sin embargo, ni el brillo del desfile ni los aplausos pueden ocultar lo que falta. La ley propuesta sigue atada a una visión binaria de género, dejando fuera a las identidades no binarias, como bien señalaron activistas trans y la propia Mariela Castro. Y por si fuera poco, las cirugías de reafirmación de género —que alguna vez ofreció el sistema de salud pública— están suspendidas por falta de recursos, dejando muchas promesas en el aire.
Mariela insistió en que los avances son parte de un proceso cultural que, según ella, “empezó con la Revolución”, aunque muchos dentro de la comunidad LGBTIQ+ no olvidan que ese mismo proceso fue durante años fuente de represión. La falta de una reparación histórica por los abusos cometidos aún pesa en el ambiente, sobre todo cuando se ven desfilar en estas actividades a figuras del Partido Comunista o instituciones que antes persiguieron lo que hoy dicen defender.
La conga, que forma parte del programa anual del CENESEX y se extenderá hasta el 18 de mayo, sirve para visibilizar las luchas de la comunidad, pero también para recordar que la inclusión real no se logra solo con música ni discursos.
Hay quienes no olvidan que en 2019, cuando activistas independientes intentaron organizar su propia marcha tras la cancelación de la conga oficial, la respuesta del Estado fue brutal: detenciones, golpes y represión. Una diferencia abismal con el despliegue de banderas arcoíris permitido solo bajo el control del Gobierno.
Así que sí, hubo alegría, ritmo y consignas. Pero también una fuerte sensación de que la libertad y el respeto siguen dependiendo del visto bueno de las autoridades. Y mientras las leyes no reflejen todas las identidades y se siga coartando la movilización libre, la lucha —como dicen en el barrio— va por dentro
