Desde el corazón del oriente cubano, en un rinconcito llamado Acueducto, en San Antonio del Sur, la historia de Adriana ha estremecido a todos los que la han conocido. Tiene apenas 10 añitos, pero carga con un peso que no le toca: una severa parálisis cerebral infantil, desnutrición crónica y el abandono institucional.
Su caso explotó en redes gracias al activista Ernesto Pérez Rodríguez, quien, conmovido por la situación, decidió alzar la voz desde su cuenta de Facebook. Y es que lo que vive esta niña no tiene nombre. Su condición la mantiene en estado semivegetativo, sin apenas reacción al mundo que la rodea, y sin más respaldo que el amor y sacrificio de su madre.
Lo más duro del asunto es que la madre no recibe ni una chequera del Estado, ni un gramo de ayuda social. Nada. Ni médicos especializados, ni dieta adecuada, ni siquiera una vía de comunicación para pedir auxilio si la niña sufre una crisis. En la casa, que más bien parece una trinchera, no hay condiciones para cuidar a alguien tan vulnerable. Y para colmo, cuando hay que llevarla al hospital, la madre tiene que echarse a cuestas kilómetros de camino sin transporte ni recursos.
Ante tanto abandono, Ernesto no se quedó de brazos cruzados. Lanzó una campaña de solidaridad para intentar tenderles una mano. Desde sus redes pidió apoyo económico y material para la familia, y compartió públicamente todos los datos necesarios para quienes deseen ayudar: desde el número de teléfono hasta la dirección exacta de la vivienda.
“Solo somos 13 mil seguidores, pero juntos podemos hacer mucho”, escribió con esperanza. En su historia de Facebook dejó un video mostrando el caso de Adriana, y ofreció incluso pasar personalmente a recoger cualquier donación que alguna mipyme o particular quiera brindar. Ya sea alimentos, medicinas, dinero o hasta un simple electrodoméstico, todo puede marcar la diferencia.
Las imágenes que acompañan la denuncia son duras de ver. Adriana luce frágil, exhausta, sin fuerzas. Al lado, su madre aparece con el rostro partido entre la tristeza y el agotamiento. Pero también se siente esa llama que no se apaga: la de quienes, a pesar de todo, no se rinden.
No es la primera vez que Ernesto se tira al ruedo por una causa así. En abril ya había movido cielo y tierra por un niño con síndrome de Down que vivía en condiciones igual de difíciles. Su llamado tuvo eco, y muchos cubanos dentro y fuera de la isla respondieron con el corazón.
Este nuevo caso de Adriana, sin embargo, vuelve a poner el dedo en la llaga: ¿dónde están los mecanismos del Estado para proteger a los más vulnerables? ¿Por qué tantas familias con personas con discapacidad viven al margen de todo?
En medio de la desesperanza, también florece la solidaridad. Gente buena sigue apareciendo, a pesar de la crisis y los pesares. Pero lo que hace falta va más allá de un gesto bonito: se necesita acción, justicia social y un sistema que no le dé la espalda a los suyos.