En medio del monte, lejos del bullicio citadino y aún más lejos de los servicios básicos, un baño seco construido con materiales simples se ha convertido en un símbolo viral. Pero no se trata solo de innovación campesina ni de “moda verde”. Es, más bien, una respuesta desesperada a la ausencia total de soluciones reales para los que viven olvidados en el campo cubano.
Mientras en los congresos y eventos internacionales las autoridades cubanas presumen logros en sostenibilidad y discursos repletos de promesas verdes, la vida real pinta otro cuadro. En fincas como La Clarita, en Santiago de Cuba, la sostenibilidad no es una estrategia de desarrollo: es pura supervivencia.
Allí vive Jacinto, un campesino que, junto a su familia, ha levantado una vida autosuficiente con lo que tiene a mano. No tienen agua potable ni sistema de saneamiento, pero sí mucha creatividad. Su “baño ecológico aerodinámico” ha dado la vuelta en redes no solo por lo curioso del invento, sino por lo que representa: una Cuba profunda que se las arregla sola, porque no le queda de otra.
Este sanitario seco, construido según principios de permacultura, no usa una sola gota de agua, no genera desechos contaminantes y tiene hasta su sistema integrado de lavado de manos, donde el agua que se usa termina alimentando plantas sembradas alrededor. Es una lección de reciclaje natural, sí, pero sobre todo, una bofetada silenciosa a la falta de infraestructura que golpea al campo cubano desde hace décadas.
“Esto no es lujo, es necesidad”, dice Jacinto con esa claridad que tienen los que saben de lucha diaria. Y tiene razón. Lo que algunos medios oficiales pintan como ejemplo de sostenibilidad, es en verdad una denuncia disfrazada de iniciativa. Porque la triste realidad es que miles de familias rurales viven sin agua corriente, sin electricidad estable y sin ningún respaldo estatal.
Lo que está pasando en La Clarita no debería ser una anécdota viral. Debería ser motivo de acción inmediata por parte de quienes diseñan las políticas públicas. Pero en vez de eso, se aplaude la inventiva de los campesinos como si fuera un logro del sistema. Cuando en realidad, esa autosuficiencia forzada es la evidencia más dura del abandono institucional.
Aun así, La Clarita también es luz entre tanta sombra. La cocina eficiente, el uso cíclico de recursos y la conexión directa con la tierra muestran que otro tipo de vida rural es posible. Pero no puede sostenerse solo con creatividad; necesita apoyo, inversión real y políticas que vayan más allá del micrófono y la cámara.