En estos días, una publicación de Granma volvió a calentar las redes y a levantar cejas entre juristas, activistas y cubanos de a pie. Firmada por Diana Rosa Simón Gutiérrez, fiscal de la Dirección de Protección de la Familia, el texto tocó un tema sensible: la custodia de los hijos menores podría perderse si los padres no transmiten “valores patrióticos”. Así mismo, sin paños tibios.
Aunque el artículo se presenta como una guía sobre los deberes de la crianza, el mensaje entre líneas retumba: si no te alineas con el discurso oficial, el Estado podría meterse en tu casa… y en tu familia también. Porque en Cuba, “educar con valores” no es solo enseñar a respetar o compartir. Aquí, amar la Patria es amar al Partido, y no inculcar eso puede costarte caro.
Legalidad con filo: cuando la ley apunta al corazón del hogar
El texto, salido de la pluma oficialista este lunes, cita varios artículos del nuevo Código de las Familias y de la Constitución cubana. Se habla del desarrollo “integral” del niño, de la formación en dignidad y honradez, y por supuesto, del amor eterno e incondicional a la Patria.
El artículo 138 del Código no deja lugar a dudas: mamá y papá están obligados a inculcar respeto a los símbolos patrios y amor al trabajo y a la familia… pero el subtexto grita: “Si criticas al sistema, si protestas o simplemente no repites el libreto, podés estar fallando como padre o madre”.
Y ahí viene el peligro, porque la ley no está sola: viene acompañada de sanciones que permiten interpretar cualquier opinión como “riesgo” para el menor. Así, una madre que se queje de la falta de leche o un padre que exija derechos puede terminar bajo la lupa del MININT o de una fiscal con el dedo en el gatillo legal.
Cuando la “responsabilidad parental” se vuelve política
Ese término bonito —“responsabilidad parental”— no es solo una formalidad jurídica. En el contexto cubano, se ha convertido en una cuerda de ahorque que el Estado puede tensar cuando lo cree necesario.
El artículo 191 del mismo código habla de perder la custodia por conductas “viciosas” o “delictivas”, pero sin decir con claridad qué significa eso. ¿Y quién decide qué es vicioso o riesgoso? Exacto: el Estado mismo, que no necesita pruebas muy sólidas para actuar.
La imagen que acompaña la nota en Granma es todo un mensaje visual: niños con la bandera cubana, algunos vestidos de pioneritos, saludando bien firmes. El niño modelo, según el régimen, es el que repite el discurso, canta el himno sin falta y admira a Fidel casi como a un santo. Si uno se sale de ese molde, puede convertirse en problema… y el problema, claro, recae sobre la familia.
El chantaje con los hijos: vieja táctica, nuevo código
Lo más doloroso del asunto es que esto no es nuevo. Ya han habido padres y madres en Cuba que han sentido esa amenaza de perder a sus hijos simplemente por no callar.
En 2020, la doctora Nelva Ortega, pareja del opositor José Daniel Ferrer, recibió la advertencia directa: “Si tu marido no se calla, tú pierdes la custodia”. En 2021, Noemia Lisandra Rodríguez, también doctora, fue presionada por su activismo. Y en 2023, Diasniurka Salcedo enfrentó un proceso judicial tras participar en acciones cívicas.
No se trata de justicia, se trata de miedo, de castigar a los padres usando lo más sensible: su vínculo con sus hijos.
El adoctrinamiento, desde la cuna
Desde hace rato la escuela en Cuba es más que libros y libretas. Es un espacio de formación ideológica, donde el amor al sistema es parte del currículo. Desfiles, actos, lealtad política… y eso no se discute.
Pero ahora la cosa va más allá. El artículo de Granma da un paso más al vincular la obligación moral de los padres con consecuencias legales reales. Si no promueves esos “valores”, el Estado puede decir que estás afectando el desarrollo de tu hijo. Y si eso se prueba en un tribunal (bajo sus propias reglas, claro), te pueden quitar el derecho de ser madre o padre.
Una legalidad de cartón, una justicia con miedo
Aunque el Código de las Familias cubano se presenta como una joyita moderna, llena de derechos y protección, en la práctica es una herramienta más de control político. La ley parece estar ahí para proteger a los niños, pero muchas veces los convierte en rehenes del sistema.
Las palabras “valores patrióticos” suenan bonitas, pero en la isla son sinónimo de “fidelidad absoluta al Partido”. Y en ese escenario, los padres deben andar con pies de plomo, porque cualquier opinión o desacuerdo puede ser interpretado como una falta grave.
¿Y el resultado? Una familia con miedo, una niñez adoctrinada y una sociedad donde el amor parental está condicionado por la obediencia política.
¿Ves cómo la ley, vestida de justicia, puede acabar siendo puro teatro? En Cuba, criar con amor no basta. También hay que criar con consignas, con disciplina revolucionaria… y con cuidado de no decir lo que no se debe. Porque cuando la patria se mete hasta en la cuna, el hogar deja de ser refugio y se convierte en trinchera.
